“Esfuérzate, haz que tu Vida merezca la pena”
¿Cuántas veces hemos escuchado frases así? ¿Y cuántas veces nos las hemos creído tanto que hemos decidido ponerlas en práctica?
¿La Vida es esfuerzo?, ¿de verdad? ¿Y tiene que merecer la pena?, ¿no puede merecer la alegría?
Últimamente me llaman la atención muchas frases que veo en las Redes Sociales. Algunas de ellas abogan por una forma de entender la Vida donde la lucha, el sufrimiento y el esfuerzo se normalizan hasta tal punto que le dan la razón, convirtiendo a quienes las siguen en serviles resignados.
Déjame que te ponga algún ejemplo:
Donde termina el esfuerzo, comienza el fracaso. Nunca te rindas. Merecerá la pena.
El Ser Humano tiene la ágil capacidad de dotar a las palabras de connotaciones propias que añaden al significado real y estéril de cada palabra una re-carga de sentidos y matices. Por ejemplo, “esfuerzo”, según la RAE, es “Empleo enérgico del vigor o actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades”. Esa es una de las acepciones. No hace alusión al sufrimiento. El significado pulcro de la palabra “esfuerzo” habla de vigor, de ánimo para superar obstáculos. Ninguna referencia a que tengas que sufrirlo mucho, a pasar penas, o a que debas dejarte la Vida en ello. Sin embargo, somos muchos los que hemos entendido que esfuerzo y sufrimiento son cuasi compañeros de camino. No nos hace falta que sea la Real Academia la que confirme el significado propio que le damos a las palabras, noooooo, ya nos apañamos nosotros solitos apoyándonos en lo que nos han contado y en lo que nosotros mismos hemos vivido.
Si tú eres uno de los que lo Viven así, si esa es tu forma de Verlo, ¡genial! Adelante, hazlo. No busques cambiarlo. Es perfecto tal y como lo Vives porque hacerlo como lo haces te da la Oportunidad de Des-Cubrir qué te hace contarte lo que te cuentas.
Nuestra forma de relacionarnos con el lenguaje es absolutamente fascinante. Existen infinidad de estudios que hablan sobre la importancia que tiene sobre nuestra Vida la forma en la que nos hablamos, nuestra forma de contarnos la historia. Dependiendo del tipo de lenguaje que empleamos cuando pensamos somos capaces de poner a trabajar áreas del cerebro con funcionalidades antagónicas en lo que a sentirnos bien se refiere, así que fíjate hasta qué punto puede resultar interesante tomar conciencia de la forma en la que nos contamos lo que Vivimos, o incluso, por qué no, cómo nos contamos las cosas sobre nosotros mismos.
Con esto no estoy diciendo que dejemos de expresarnos como lo hacemos. Esto es solo una invitación a que le abramos la puerta a darnos cuenta de cómo lo hacemos y a contemplar más posibilidades que tan solo la nuestra.
Volviendo a lo que se pueda entender de la frase con la que arranca la entrada, yo soy de las que no creen que esfuerzo y sufrimiento vayan de la mano. Sin embargo, he creído que sí durante mucho tiempo y he dado buena cuenta de ello. He sido seguidora y promotora de frases como la que da título a este post y las he interpretado como inyecciones de motivación, pero a día de hoy no me siento alineada con lo que, para mí, significan.
Me parece muy duro Vivir creyendo que algo que no tengo ahora tiene la capacidad de hacerme feliz cuando lo consiga. Sentirse así supone que tu felicidad te la da algo de fuera, que no depende de ti, y, además, la relega al momento en el que consigas alcanzar eso que anhelas. ¿Y qué pasa si eso no llega?, ¿Y si llega y veo que eso tampoco me hace feliz?, ¿qué hago?, ¿busco otra meta?… Mmmmmm, sí, tendrá que ser eso. ¡Pues ale! borrón y cuenta nueva.
Las condiciones de fuera pueden resultar complicadas de gestionar, pero la forma de hacerlo es cosa nuestra, nuestra interpretación depende de nosotros mismos. Es nuestra elección y tenemos la Oportunidad de DesCubrir qué creemos que nos falta.
Pongamos algún ejemplo juntos. Yo pongo uno y tú le añades cualquier otro que encuentres…
Imaginemos que estamos en un proceso de mejora en nuestro lugar de trabajo. Queremos conseguir un ascenso porque mejoraríamos las condiciones económicas y de posición dentro de la organización, nos asignarían coche de empresa con plaza en el aparcamiento del edificio en el que trabajamos, y también contaríamos con mayor flexibilidad horaria. Esto convierte nuestra vacante en una bicoca, así que habrá que esforzarse por conseguirla.
Pongamos que contamos a nuestro favor con un bagaje profesional de dedicación absoluta a la empresa durante años, la confianza de nuestros jefes y el respeto y cariño de los compañeros. Todo nos hace creer que somos merecedores del puesto, así que decidimos entregarnos al mil por cien para que todo salga perfecto. Si hay que hacer horas, pues se hacen, si nos toca trabajar durante el fin de semana, también. ¿Que hay que asumir más trabajo? Pues aunque estemos reventaditos y estresados hasta la médula, lo asumimos. ¡Qué se le va a hacer! Seguro que el esfuerzo merecerá la pena.
Date cuenta de algo: este tipo de situaciones -tanto en el ámbito profesional como en el personal- son muchísimo más frecuentes de lo que nos gustaría. Las entendemos como algo lógico, “lo normal” solemos llamarlo. Y es perfecto que lo normalicemos, pero démonos la Oportunidad de escuchar lo que este tipo de “normalizaciones” nos cuentan sobre nuestra forma de entender y relacionarnos con la Vida.
Puede que mi forma de valorar un posible ascenso haga que lo sienta como una necesidad, y esa forma de entender que LO NECESITO me haga creer que debo esforzarme al máximo por alcanzarlo. Elucubrar sobre la idea de llegar a fin de mes sin preocuparme por el dinero, dejar de dar mil vueltas cada mañana para aparcar cerca del trabajo y tener la posibilidad de dejar a mis hijos en el cole antes de ir a trabajar hacen que la idea de conseguir el ascenso me suene de maravilla.
Sin embargo, hay algo muy potente a lo que no solemos prestarle la atención suficiente: ¿Para qué hacemos lo que hacemos? Obviamente, podremos alegar mejora en la calidad de Vida, en el ámbito económico, en el reconocimiento laboral… todos los motivos que encontremos estarán bien, serán perfectos, pero… ¿para qué?, ¿qué buscamos sentir cuando lo consigamos?, y, si no lo conseguimos… ¿dejamos de tener la capacidad de sentir eso que anhelamos?
Hace un tiempo descubrí un concepto que tenía muy poco explorado: el de Comprometerse. Antes solía entenderlo con ciertas connotaciones -añadidas más allá de la definición del diccionario- que me llevaban a interpretarlo como una forma de entregarse con garra a personas, a empresas, a deportes, a proyectos… a lo que fuera… para afuera. Pero tuve la gran suerte de darme cuenta de algo que me había pasado desapercibido hasta entonces: la posibilidad de Comprometerse con uno mismo.
Esa modalidad poco explorada de Compromiso conlleva también el hacerlo con la Vida, con esa Vida a la que perteneces y de la que formas parte. A DesCubrirte en ella y ante ella, a ponerte en duda y a explorarte con la honestidad suficiente como para no necesitar entenderTe antes de experimentarTe.
Sé por experiencia propia que hacer esto pica de cojones. La mera idea de dudar que pensar lo que piensas y sentir lo que sientes no sea inevitable hace que la primera contestación a esa idea tan loca e irracional sea un “¿Perdona?”
Y aquí, de nuevo, cualquier forma de auto-contestarte, lo hagas como lo hagas, será la forma perfecta para indagarTe en ella y DesCubrir de dónde sale lo que te cuentas.
El Aprendizaje más sereno surge al darnos la Oportunidad de Aprender incluso mientras desaprendemos.
Cuando pensamos que si alcanzamos algo que ahora no tenemos seremos felices, lo que hacemos es negarnos a la posibilidad de sentirnos así ahora porque carecemos de lo que creemos que nos falta para serlo. Colocamos sobre ese «algo» a conseguir la facultad de hacernos felices y nos la quitamos a nosotros mismos. Es así como ponemos en funcionamiento el mecanismo que nos hace creer que sufrir por conseguir lo que sea tiene todo el sentido.
Pero… ¿qué pasa si no lo conseguimos?
Cambiar la idea del esfuerzo vinculado al sufrimiento por la de Comprometernos a entregar lo mejor que tengamos a nosotros mismos y a los demás hace que las expectativas carezcan del poder que antes tenían porque sabes que el Sentido de lo que haces no se encuentra en la meta, sino en cada uno de los pasos de tu Camino.
Desde que nacemos nos hacen creer que si no te esfuerzas hasta mas alla de tus limites no triunfas, y no creo que sea cierto. Ahora bien, me encanta explorar más allá de mis propios límites, proponiendome nuevos retos cada vez, por el simple hecho de querer hacerlo, y reconozco que la sensación una vez conseguido es….. simplemente maravillosa.
Gracias de nuevo por compartir una parte de tí.
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