¿Por qué conformarse?

POR QUÉ CONFORMARSE
Vivir creyendo a ciegas en lo que piensas es como conformarse con nadar en un tanque de lluvia.

Pongamos detalle a la metáfora que acabas de leer. Diseñemos juntos un tanque de lluvia ideal, conformemos el entorno en el que nadaremos. Dediquemos tiempo a pensar sobre cómo nos gustaría que fuese el lugar que veremos cada día. El tamaño, el color, la capacidad para darnos el capricho de alojar algún que otro invitado, la temperatura del agua y su profundidad. Hagámoslo con tiempo y contratemos a los mejores constructores de tanques pluviales, ellos nos dirán si son buenas nuestras ideas y nos ayudarán a tener en cuenta cada detalle para que nadar se convierta en algo maravilloso.

Y conformémonos con eso.

Después ya será cuestión de rezarle a cuantos dioses conozcamos para pedirles que, por favor, por favor, por favor, nos manden el agua suficiente como para mantener en óptimas condiciones nuestra creación. Es verdad que al diseñar el tanque debemos tener en cuenta que la Vida tiene imprevistos, pero habrá que confiar en que los que lleguen se irán rapidito.

Venga, va, que ya lo tenemos todo listo. Tanque acabado, hemos entrenado, nos hemos esforzado y podemos arrancar. Nos lo hemos currado, ¡ahora toca disfrutarlo!, tenemos todo lo que necesitamos, ¡vamos a nadar!

Qué gustazo da sumergirte en esa agua… tiene todo cuanto necesitas para que nadar parezca un regalo. Después del esfuerzo, por fin toca disfrutarlo. Es el gran momento, el más esperado. El de zambullirte. El ideal. Llamas a toda tu gente para que acerquen sus tanques y puedan verte nadar tus aguas desde sus orillas. –¡Conseguido!- no dejas de repetírtelo.

Pasa el tiempo y sigues encantado. Has perfeccionado tu forma de nadar. Tus piernas y tu espalda son más fuertes ahora. Mereció la pena el esfuerzo que supuso construir tu tanque.

Sigues nadando, fortaleciéndote, y un día te das cuenta de que el tamaño del tanque no coincide con el número de brazadas para el que lo diseñaste. “He debido equivocarme” es lo primero que piensas, así que pones más atención en contar las brazadas que te llevan de nuevo hasta la orilla. 31, 32, 3… ¡joder!, ¡otra vez! Vuelves a golpearte con el filo del tanque.

No lo entiendes. Desde tu primera zambullida lo habías hecho bien, cuadraba a la perfección el largo de tu aljibe con las brazadas que te correspondía dar. Siempre te enseñaron que tu número de brazadas era 36 y que a ellas debías ceñirte. Razones y motivos para que ese fuese tu número te dieron tantos, que nunca llegaste a ponerlos en duda. Te embriaga una sensación extraña ¿qué es lo que no cuadra?, ¿qué ha cambiado aquí?, ¿por qué, de repente, mi tanque me resulta pequeño?, ¿qué debo hacer?

-“No te preocupes, a mí me pasó lo mismo”.

-“Acorta la brazada”.

-“Olvídate de eso”.

– “Ponte casco”.

-“Ya lo sé, lo de nadar en un tanque es una puta mierda”.

Esas son algunas de las respuestas que te encuentras cuando te da por compartir lo que te ocurre con otros nadadores.

– ¿Cómo es posible que me digáis esto si fuisteis los primeros que me animásteis a hacerlo así?

La pregunta resulta inevitable. Caras desencajadas, cambian los semblantes. Elevan los hombros. El por qué sigue en el aire.

Ahora sí que no entiendes nada, pero sabes que toca volver a dar brazadas. Reniegas cada vez que te golpeas contra la pared que tú mismo diseñaste. Media vuelta y a continuar. Va a ser verdad que lo del tanque era una mierda. Te duele cada golpe, sientes que puedes dar más brazadas que las que caben en aquel lugar, pero ¿cómo?

Llega el momento de valorar tus daños, de prestarle atención a las heridas que te has ido haciendo en cada choque, y descubres que cuando paras y las miras, el siguiente golpe contra el muro duele todavía más, así que decides no hacerles caso y seguir nadando. Mejor no parar para evaluar los daños. Toca continuar.

Antes de zambullirte de nuevo miras al cielo, parece que no está tan claro como otras veces. Pocos minutos después te das cuenta de que llueve. –Uf, no, por favor, esto sí que no- No es solo que sea incómodo nadar mientras llueve, es que sabes que tu tanque lleva tiempo al límite de su capacidad.

Continúas haciendo como si nada, confiando en que parará, pero la Vida tiene otros planes. Comienza a llover a mares y ves cómo el agua adquiere la capacidad de moverte a su merced. Juega contigo y el miedo crece a la misma velocidad que el agua supera todas las balizas de seguridad de tu tanque. La que dice “Máximo” hace rato que quedó sumergida.

No sabes cómo ha sucedido, pero ahí estás, tratando de salir indemne de una lluvia que amenaza con desbordarte. Ya no sufres por no poder avanzar, no, lo haces por intentar mantenerte.

El miedo a lo que puedas encontrar si te sales del tanque te aterroriza tanto que luchas contra el agua y te aferras con ganas a sus bordes. Los mismos muros que dijiste detestar por encontrarles responsables de tus heridas hoy se presentan como salvadores de Vida. Sin embargo, no los llegas a alcanzar, quedan lejos de tus brazos y sales de aquel lugar. Toca revolcarse.

¡Joder!, ¿y ahora qué?, ¿qué cojones se supone que tienes que hacer? Lo mejor será intentar volver al tanque del que saliste, el que conoces bien. La fuerza del agua te ha dejado bastante retirado de él, así que toca nadar hasta encontrarlo.

Mientras lo haces, te das cuenta de algo… llevas rato nadando y no has contado ni una de las brazadas que has dado. -36- Ese es el número que viene a tu cabeza mientras tu corazón se emociona al sentir cómo lo sobrepasas. 100, 110, 120… el número de brazadas crece a la misma velocidad que lo hace tu necesidad de dar las gracias por poderlas dar aunque la oportunidad de hacerlo haya venido precedida de desgracia. La superaste y ahí estás, siendo consciente de que tu capacidad de nadar no guarda relación con el tamaño del lugar en el que lo hagas.

Un rato después llegas a tu tanque. Las aguas han reducido su volumen y ahora puedes ver cómo asoman entre ellas los muros de aquel aljibe que creaste. Lo miras desde fuera y sientes la pereza que te da volver a entrar, volver a conformarte con dar aquellas ¿treinta y qué? brazadas. Vuelve a ti una sensación extraña: ¿cómo es posible que hayas nadado hasta allí buscando sentirte a salvo y ahora sepas que si lo haces estarás encerrado?

Hasta aquí mi forma de entender la metáfora con la que ha arrancado la entrada de hoy: «Vivir creyendo a ciegas en lo que piensas es como conformarse con nadar en un tanque de lluvia». Te invito a que te Veas en ella. DesCúbrete. Date permiso para recordar cada uno de los momentos en los que ante una adversidad has salido fortalecido. Estoy segura de que han sido muchos. Agradéceles cuanto te mostraron de ti.

¿Cuántas brazadas fueron las tuyas?, ¿treinta y qué?

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