Te he necesitado tanto que hasta me creí con el derecho de, si te encontraba, guardarte solo para mí. Siempre conmigo.
Te he necesitado tanto que me ha parecido imposible levantarme de la cama si tú no estabas allí.
Te he necesitado tanto que caer rendida en los brazos de Morfeo me parecía infidelidad y escogí -sin saberlo- seguir buscándote en plena oscuridad.
Te he necesitado tanto que sin ti todo se mostraba mermado, carente. Necesitado.
Te he necesitado tanto que mi propia merma aparecía en el mismo instante que no encontraba tu mano.
Te he necesitado tanto que te exigí que encontraras cada uno de mis rincones no encontrados.
Te he necesitado tanto que llegué a pedirte a gritos que me quisieras sin yo saberte querer.
Te he necesitado tanto…
¿Y ahora qué?
Ahora te cuento lo que me hiciste sentir mientras reclamo mi derecho a patalear por lo que pudo haber sido y no fue. Por tu culpa me tocó Vivir así, por tu culpa sufrí. ¿Dónde cojones estabas cuando más te necesitaba?
Lo pensé mil veces: no te ilusiones, esto no va a cambiar. No aparecerá. Llama a esa amiga con la que quedas a veces y deja que se explaye contigo. Resignación creo que se llama. Más vale hacerse a la idea que mantener la esperanza.
Me enfadé. Me enfadé tanto que sentir que te necesitaba llegó a darme asco, rabia. – Hazte a la idea de una puta vez– así me lo contaba. Pero cada vez que me quedaba en Silencio, conseguía escuchar cómo me nombrabas.
Sabía que estabas ahí. ¡Claro que estabas!. Podía sentirte. Incluso te imaginaba apareciendo como un aguerrido caballero rescatando a su bella princesa de los infiernos. Princesa yo, así me soñaba aun siendo incapaz de mantener la mirada frente a cualquiera de los espejos que la Vida me ponía delante ¿Mirarme? ¿yo?, ¿para qué?, ¿para volver a sentir el miedo que me daba mirar hacia lo que no quería Ver? No, gracias.
Pero en esos momentos en los que te veía apareciendo con tu blanco corcel la cosa cambiaba. Pasaba de ser la princesa del cuento a convertirme en la mismísima reina del mambo. Todos felices. Todo perfecto. Fuera los malos. Arriba los buenos. Todos felices. Todos contentos. Y colorín colorado…
Así te imaginé por mucho tiempo. Hidalgo salvador. Creador de nuevos tiempos. Y yo, mientras tanto, necesitando necesitarte. Imaginando claros y sol mientras me helaba de frío entre nubes de llanto y desolación.
Así escrito pareces malo y me parece injusto que alguien crea que no tienes sensibilidad aunque tantas veces hasta yo te la dudase.
Durante los años que llevamos bailando juntos, también ha habido momentos en los que has dado la cara lo suficiente como para hacerme disfrutar de cada paso. Y lo has hecho de una forma tan sutil, tan suave, que para seguir tu maestría tan solo he necesitado Verte. Hacerlo es brutal. A tu lado no existe la dificultad. Tan solo el paso, el ritmo, el compás…
Verte salir a la pista de baile me enorgullece. – Mira, ¡ahí está! -. Y el pecho se me llena de admiración y de la ilusión de ser capaz de parecerme a ti algún día. Uno cualquiera. Uno de esos en el que mis dudas se queden en la puerta.
Te he necesitado tanto que te idealicé. Te vestí de colores que no necesitabas, de ropajes y linajes, de premisas, de razones, de por qués. Jugué a imaginarte en lugar de AprenderMe a VerTe. ¿Y para qué? Pues no sé.
Puede que por eso no te reconociese todas las veces que apareciste.
Tanto te necesité que traté de convertir mi necesidad en la nuestra. Tú con tu corcel. Yo con mi vestido de princesa.
Y por buscarte en tu apariencia me perdí la Oportunidad de descubrir que los ideales de cuento pueden transformarse en historias de Vida. Por negarte me negué. Y lo hice tanto que no supe reconocerte sin tu blanco corcel. – Este no puede ser, no era así como se le describía en el cuento – y me quedé echándote de menos teniéndote justo delante.
Hasta aquel día en el que te desCubrí y mi ira por no encontrarte se convirtió en un sincero Lo siento, no supe Verte.
Pienso en aquel momento y de nuevo me fundo en él. Recuerdo mi necesidad de explicarte por qué no te vi antes, de darte razones hasta conseguir justificarme mientras tú simplemente abrazabas cada una de mis palabras haciendo desaparecer mi necesidad de expresarlas.
¿Cómo describir eso?, ¿con qué palabras hacerlo? ¿Paz?, ¿serenidad?, ¿sosiego?, ¿armonía?, ¿Encuentro? Calma.
Créeme cuando te digo que deseé mantenerme ahí para siempre.
Ahora cuando te Veo no necesito que aparezcas de una forma determinada. Tampoco necesito que me salves. Me enseñaste a dejar de creer en cuentos de princesas para saber extraer de entre sus líneas lo que no puede leerse en sus palabras.
– Siempre estoy aquí. Siempre lo he estado. Siempre lo estaré – eso es lo que me dices. Ahora sé que es verdad. Y lo sé porque siempre te miré, pero no siempre supe Verte. Me siento agradecida por haberlo hecho, por haberme permitido Verte más allá de mi forma de pensarte.
Ahora ya puedo leer sin creerme cada uno de los cuentos en los que me basé para buscarte. Cada historia de héroes y villanos. De princesas necesitadas de algo más que de sí mismas. De narraciones que narran mucho sin mostrar nada. De necesidades escondidas tras un ideal.
Esas historias las escribieron otros pero yo las hice tan mías como para querer convertirme en protagonista de ellas. Protagonista de una historia de príncipes y princesas.
Pero ahí estabas tú para enseñarme que no, que tú no eres como se cuenta, que te muestras a tu manera y que no siempre tu forma de hacerlo es la más llevadera. Me enseñaste a dudarme tanto que descubrí no necesitarte.
Ahora me basta intuirte para dejar que me guíes aunque sea casi a ciegas, para saltarme cualquier “pero” y sonreír mientras doy un paso al frente. Me llevas a caminar de una forma diferente y no porque realmente esta lo sea, sino porque ha cambiado mi forma de mirar. “Lo de siempre” ha pasado de ser una carga a convertirse en una Oportunidad de Ver más allá de las apariencias y me parece brutal porque desde ese lugar la Vida se convierte en ofrenda.
Suena loco, ¿verdad?, ¿sentirse feliz por el mero hecho de estar Vivo?
No buscaré la respuesta a estas preguntas en los libros que ya se han escrito, y te invito a que tú tampoco lo hagas. Escribamos cada uno el nuestro. Uno en el que todo quepa sin necesitar que quepa nada.