Cuestión de orgullo

Cuestión de orgullo

-Mamá, ¿qué es el orgullo para ti?

-Pues no sé. Dependiendo del orgullo al que te refieras. Yo, por ejemplo, me siento orgullosa de ti.

-No, mamá. No me refiero a ese. Me refiero al otro.

Así arrancó una conversación interesante. Una de esas que te llegan de sopetón, sin que te la esperes, y que te lleva a darte cuenta –de nuevo- de lo poco –o poquísimo- que sabes.

Pudiera parecer que todo depende de algo. “De según cómo se mire”, que diría Pau Donés, el cantante de Jarabe de Palo. Y yo creo que es verdad. De nuestra forma de mirar depende que Veamos lo que tenemos delante tal y como lo hacemos. Lo que para mí es lógico a ti puede sonarte a loco y lo que a ti te parece real puede resultarme una auténtica utopía. ¿No es maravilloso? En la variedad está el gusto. Interpretar lo que nos rodea de distintas maneras nos hace avanzar, nos invita a crear cosas nuevas, nos plantea retos. En definitiva, hace que evolucionemos, que consigamos superar obstáculos frente a los que, si no lo hiciésemos, nos sentiríamos pequeños.

El problema aparece cuando me creo que lo que tú Ves es “lo malo” y lo mío es “lo bueno”. Ahí echamos a un lado lo que de verdad Somos para dejar que se encarnicen los EGOS. Y parece que cuanto más crezcan… mejor. Parece que cuanto más grandes sean, mucho más férrea será nuestra posición, nuestra fuerza, nuestra solidez, ¡nuestra grandeza! Gracias a ellos crecerán nuestros cojones hasta que consigamos imponerlos y, si no lo conseguimos, por lo menos, diremos que lo intentamos, ¡que hicimos lo que pudimos!

Y mientras peleamos por demostrar que lo nuestro es lo bueno, se nos escurre la Vida entre los dedos.

Lo que no puede ser, no es. No nos confundamos. Nunca sucede nada que no pueda suceder. Todo lo que ocurre puede ocurrir por el simple y claro hecho de que ya está ocurriendo. Lo demás es nuestro enfado ante lo que vemos, nuestras ganas de lucharlo, de que cambie. Cuando decimos “esto no puede ser” de lo único que estamos hablando es de lo que nos molesta –o jode- lo que estamos viendo.

Bien es verdad que, cuanta más gente secunde mi disconformidad ante lo que pasa, más sencillo me parece soltarle la cadena a mi ego para que salga de paseo con todos los que comulgan con él. A esta forma de relacionarnos los unos con los otros la denominamos “simpatía” (la que se da por conformidad o analogía de sentimientos o por similar afecto o atracción hacia algo)

La Vida parece más fácil cuando todos los que te rodean son igual de simpáticos que tú, ¿verdad? Si todos piensan y actúan como a ti te parece correcto… pues ya está. Todos felices. ¡Todos de acuerdo!

Puede que te parezca una perogrullada lo que acabas de leer. A mí, desde luego, me lo parece. Suena similar a Vivir en la irrealidad de los mundos de Yupi porque la Vida de acuerdo tiene poco y menos aún si quienes tienen que generarlo somos nosotros.

Fíjate cómo será que incluso hay veces en las que parece que estar enfadado sea algo obligatorio.

Hace unos cuantos años me cabreé mucho con una vecina. Habíamos hecho obra en casa y su hermano nos denunció sin que ella hiciese nada por evitarlo (este “sin que ella hiciese nada por evitarlo” fue una invención mía en toda regla porque como estaba enfadadísima ni se lo pregunté). Tanto, tanto, me mosqueé, que dejé de hablarla, y así me tiré un par de años o más. Al principio me salía súper natural. Hasta me entraban ganas de cambiarme de acera si me la encontraba. Pero el tiempo fue pasando y junto a él mi enfado también. Sin embargo, la veía y pasaba olímpicamente de saludarla. “Persona non grata”. Esa fue la etiqueta que le colgué.

Un día por la mañana, llegaba de trabajar y, al salir del coche, me la encontré de sopetón. Me hizo hasta ilusión verla, estuve a punto de saludar, peeero… -¡uy, no, no no!, ¡que estoy enfadada por lo que me hizo!- Eso fue lo que pensé y en lo que me basé para volver a pasar de dirigirle la palabra. Mi corazón me dijo sí y mi cabeza me soltó un ¿perdona?, ni de coña, tú estás por encima de esas cosas, no te dejes amilanar. ¡Mírale la etiqueta!

Ese día no la saludé, pero me di cuenta de lo que acabo de escribir. Y creo que el orgullo al que se refería mi hija cuando me preguntó sobre él, va de eso. De que el corazón te diga una cosa y tu mente trate de convencerte de otra.

Así entendido, el orgullo me parece triste. Te pierdes a quien tienes delante porque te paras en seco en cuanto lees las etiquetas que algún día le colgaste.

Y en esas etiquetas caben tantas, tantas cosas…

Pocos días después volví a encontrarme con ella. Pasaba por delante de su puerta y coincidió que ella salía. -Buenos días, Gema (se llama como yo). Siento no haberte saludado todo este tiempo- Se lo dije totalmente convencida de ello, lo sentía como una equivocación y no ya por ella, sino por mí. Me equivoqué al no EscucharMe cada vez que no la saludé por pura inercia. Me equivoqué aquel día que quise hacerlo y me paré en seco porque ¿la razón? me lo impedía.

Puede parecer que hablar así suene a invitación a poner la otra mejilla para que puedan volver a arañártela. Nada más lejos de la realidad. De hecho, es una invitación a curar heridas pasadas en lugar de dejarlas en baldío hasta que hagan llaga.

Mi amiga Marta me dijo hace poco algo que me caló hasta el tuétano. Te lo voy a contar…

Durante unos años trabajó de Enfermera en la Unidad de Cuidados Paliativos de un hospital. Allí vivió historias realmente conmovedoras con las personas que estaban finalizando su paso por la Vida que conocemos. Una de ellas fue la de dos hombres que se hicieron amigos compartiendo sala. Ambos estaban allí para morir.

Uno de ellos había sido una persona de mucho éxito en la Vida. Una posición muy importante en la sociedad por su trabajo como Diplomático, reconocimiento, sin problemas de dinero, felizmente casado…

El otro había recorrido el mundo también, pero de una forma muy distinta. Conocedor de la cultura de la Vida cuando pega fuerte, vagabundeó durante un tiempo, desarraigo…

Y allí estaban los dos. Pegados el uno al otro. Esperando lo mismo. Dispuestos a sentir y predispuestos para el Encuentro más especial, el más honesto… el nuestro, y, al Encontrarte tú, crear Encuentro con la persona que tengas delante.

Estos dos hombres se quitaron la ropa al entrar y con ella se arrancaron los egos. Los yo tengo y tú no. Los porque yo lo valgo. Los ¿y tú qué sabrás de eso? Y se atrevieron a Verse de verdad. Así se hicieron amigos. Entre batas y tubos.

Es muy emotivo escuchar a Marta contando esta historia. Puedo imaginarla allí, en su sala, con ellos en las mil y una noches en las que el miedo les hacía estar en duermevela y se acercaban a charlar con ella.

Uno de esos días en los que la noche parecía eterna, Marta vio algo al mirarles que invita a una profunda reflexión…

Si somos iguales cuando nacemos y cuando morimos… ¿qué cojones hacemos por el camino como para estar convencidísimos de que somos distintos?

Al pensar en esto, vuelven a mí las etiquetas, los egos, los razonamientos descorazonados, los desencuentros, y me emociona pensar en todas las veces que hemos sido capaces de trascenderlos al tiempo que me ilusiona pensar que los volveremos a superar.

Ojalá nos animemos a hacerlo antes de que, lo único que nos cubra, sea una bata de hospital.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s