Me habían contado que era una obra preciosa, que merecía la pena pagar el precio que costaba. Y yo me lo creí.
Me estuve preparando durante mucho tiempo para cuando llegase el momento de disfrutarla. Me formé para ser capaz de entenderla bien y entre libros y métodos de vieja escuela, de familia o de barrio pasé muchos días de mi Vida. Todo el mundo que la había visto me hablaba de Ella y decían quererme tanto que necesitaban contarme su experiencia para que yo supiese sacar lo mejor de la mía. Me resultaba lindo ver cómo lo hacían –a día de hoy también me lo parece-. Su deseo de que no me tocase pasar por lo que a ellos les hizo sufrir o el de que no se me pasase por alto lo que a ellos les resultó más bonito o interesante, convirtieron cada intento de aleccionarme en una dulce declaración de intenciones. La de ellos: la mejor. La mía: la mía aún estaba por ver.
Tanto me hablaron sobre Ella que llegué a necesitarla. No me valía con pensar que, en un futuro, cuando todo estuviese listo para disfrutarla, lo haría, no. Yo quería tenerla ya delante. Me daba coraje tener que esperar a que todo llegase. “Cada cosa a su debido tiempo” Esa era la frase que más me repetían. Y mientras tanto, yo, postergándola en mis días y centrada en hacer las cosas como se supone que debía para tener la Oportunidad de disfrutar de Ella “cuando llegase el momento”.
Soy persona afortunada, tuve muchos querientes que trataron de enseñarme cómo llegar a comprar mi entrada sin que me supusiese un alto coste. Mi familia, mis amigos, mi vecindario, los profes que me fueron tocando y cada una de las personas que se cruzaron conmigo y creyeron quererme tanto como para hablarme de Ella, se esforzaron en enseñarme trucos y tejemanejes para conseguir mi entrada en una butaca cómoda y bien situada desde donde disfrutarLa.
Durante mucho tiempo idealicé el momento en el que eso sucedería. Podía sentir la ilusión de levantarme una mañana y tener la sensación de que EL DÍA por fin había llegado. EL GRAN DÍA, EL SOÑADO. Aquel por el que me esforcé poniendo un corazón único y encarnizado en el asador común de ideales consensuados. Uno con el que soñaba creyendo en la verdad de otros, sin saber, sin haber sentido…
Ese día llegó “a su debido tiempo” y convirtió un futuro incierto en un Presente lleno de emoción, de ilusiones y de esperanza. Sabía que me sentaba en mi butaca con los deberes bien hechos -tal y como me había enseñado la gente que me quería- así que tan solo me quedaba relajarme y disfrutar de la obra. Mientras esperaba a que subiesen el telón, me acordé de algo: ¡mi lista! Llevaba años creándola, estaba llena de notas que hablaban de lo que esperaba llevarme puesto de MI GRAN DÍA. Ilusionada la saqué del bolso, necesitaba tenerla cerquita para ir poniéndole los checks según se fuesen cumpliendo mis expectativas.
Por fin subió el telón y con él también mis ganas de ser Feliz, de llevarme puesta la Felicidad que me habían prometido y que tanto buscaba. Lo tenía todo: estaba donde me dijeron que tenía que estar, en el momento que debía hacerlo, con todos los deberes hechos, había pagado mi entrada sin rechistar y me había vestido con mis mejores galas. Incluso creé metáfora romántica estrenando zapatos por aquello de que iba a caminar un nuevo camino: el de la Felicidad.
Antes de que comenzase la primera escena me dio tiempo a repasar mentalmente algunas frases que se me grabaron a fuego cuando me dieron los consejos para llegar a estar allí: “lucha por aquello en lo que crees y conseguirás ser feliz”, “llegará el momento en el que La consigas”, “ninguna meta se alcanza sin sudor”, o la mejor de todas “esfuérzate mucho… valdrá la pena”. En ese momento podía verlas con orgullo por haberlas superado, pero reconozco que sentí un pellizco en el corazón recordando las heridas que me hice en alguna de esas batallas.
De repente salió a escena el primer actor y le siguieron otros dos. Quise creer que eran actores secundarios y que en breve saldrían los protagonistas. Sus caras no eran las que me dijeron que vería. Estaba desconcertada. Intenté pensar que aquello cambiaría, pero el tiempo pasaba y allí no salía nadie más. ¿Dónde cojones estaban los grandes protagonistas? ¿Dónde se habían quedado los potentes escenarios?
No entendía nada. ¡Joder!, ¿por qué iba todo tan mal?, ¿por qué la obra no era lo que esperaba?, ¿cómo cojones pretendían que saliese feliz de una obra tan cutre y sin argumento?
La ilusión se fue convirtiendo en frustración, rabia e ira. Seguía sin entender nada y necesitaba hacerlo. Me habían dicho que sería una obra casi Mágica, que saldría de allí Feliz y encantada y nada de eso me pasaba. Deseaba salir de allí y pedir explicaciones a esa gente que tanto decía que me esforzase, que merecería la pena. ¡Joder!, ¡joder, ¡joder! ¡Si la pena se había convertido en la puta protagonista!. Encima miraba a mi alrededor y alucinaba, me habían dicho que se llenaría el aforo y allí solo estaba yo. Nueva mentira. Normal que nadie más quisiese ver esa mierda. Solo una tonta creería a pies juntillas que la Felicidad llegaría así.
Salí de allí en cuanto las lágrimas y mi monumental cabreo se templaron. El acomodador intentó convencerme de que me quedase y terminase de ver la función, pero mi cara de perro deseando atacar le disuadieron antes de que me tirase directa a su yugular.
Salí a la calle y me alejé de la frustración de aquel teatro lo más rápido que pude. No paraba de preguntarme cómo había sido tan idiota de creerme que saldría de allí Feliz. Caminaba rabiosa, encabronada y tratando de entender por qué nada había salido como esperaba. Ni una sola de mis anotaciones se cumplieron. A golpe de una subida de telón desastrosa se borraron de un plumazo todas mis expectativas.
Me daba tanta rabia no haber encontrado lo que esperaba que lloraba con ganas… con ganas de huir, de cambiar la obra, de echar al director y a la mierda de protagonistas que actuaron y con ganas de pedirle explicaciones a los que me convencieron para entrar en aquella obra burda y maltrecha.
Calle abajo corrí hasta que llegué al final de la acera. Miré hacia dónde seguir y descubrí las luces de un bar chiquitito que anunciaba con sencillez la actuación de un Mago. “Magia, justo lo que necesito”. Entré sin saber muy bien el motivo ni lo que iba a encontrarme. No necesitaba tener expectativas. Porque la Magia es lo que tiene, que te deja claro que no vas a saber los por qué de lo que Ves, así que, simplemente, te abres a experimentar la sorpresa de no entender para sentir, de no pensar para sentir. Y descubres no necesitar entender nada porque latirlo es más que suficiente.
Entré al bar y busqué la barra. El camarero limpiaba unas botellas. Me daba la espalda, así que me acerqué y le pregunté a qué hora comenzaba la actuación mientras buscaba en el monedero el dinero para pagar mi entrada. “Tranquila, está usted invitada” me espetó y, al levantar la mirada, me quedé atónita al ver su cara: era la misma del acomodador que un rato antes me pedía que me quedara.
Al verle, recordé mi rabia, la tristeza de haber ido a una obra que no era lo que esperaba, pero él me susurró “tranquila, toma asiento. No rompas la Magia”…
Me senté sin saber qué pasaba, qué me había llevado hasta allí, qué cojones pintaba en ese lugar, a qué se debía aquel repentino cambio de planes… Me senté y punto. Sin expectativas. Sin requisitos. Con la cara sucia por el rímel que arrastraron mis lágrimas, con el pelo desaliñado y sin pagar entrada. Me senté. Y lo hice, simplemente, porque sabía que había llegado el momento de estar allí sentada.
Aquel lugar de Magia no tenía telón. El escenario lo delimitaba un color distinto en el suelo. Todos a la misma altura. Los actores, yo, y el camarero-acomodador.
Al poquito de estar allí, tres personas salieron a escena y rompí a llorar al ver, de nuevo, las tres caras de las que había huido un rato antes. Estaban allí, los tres. Eran los mismos actores, colocados ante mí; dispuestos a mostrarme lo que antes no quise Ver. Mis lágrimas asomaban viéndoles allí. No se habían rendido, ahora me parecían héroes que no se daban por vencidos, y sonreían convencidos de saber que su función era representar el papel que les correspondía.
Comenzó la obra y me sorprendió reconocer sus frases y sentirlas tan distintas. Decían lo mismo que antes. El escenario era aún peor, pero cada palabra que pronunciaban llegaba hasta mí encajando a la perfección. Lo mismo era verdad que aquello era un espectáculo de Magia…
No sé cuánto tiempo estuve en aquel bar que por causalidad encontré en mi camino. Lo mismo es que aún no he salido de aquel Mágico lugar en el que Aprendí…
… que los sitios más pequeños se hacen gigantes cuando dejo en la puerta las expectativas.
… que la Felicidad no me la da la obra que tengo delante, sino mi forma de Vivirla.
… que cuando espero a que llegue el momento perfecto me olvido de Vivir éste.
… que éste, y solo éste, es el único que tengo.
… y que lo más bonito de la Magia es que aparece cuando decides Amar la Vida.