¿Empatizamos?

Empatía
Aunque no pueda vestir tu piel, siempre podré acercarme a ella.

Según la RAE, la empatía es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. El concepto es sencillo. La dificultad aparece cuando pasamos de la teoría a la práctica.

Yo creo que la empatía es como un simulacro. Tratamos de ponernos en una situación que no Vivimos. Cogemos las circunstancias que vemos alrededor de una persona y tratamos de hacerlas casi nuestras sacando a la luz nuestras propias emociones, debilidades y fortalezas.

Cuando empatizamos, extraemos información -sesgada-, la filtramos, la evaluamos y sentimos en relación al resultado obtenido. Así creemos acercarnos a la persona que tenemos delante: identificándonos y tratando de encontrar un espacio común en el que colocar algo tan personal e individual como la gestión emocional.

Cuanto más hayas explorado tu piel, más podrás acercarte y descubrir la del otro, pero jamás serás capaz de vestirla.

La frase que acabas de leer es una realidad que todos conocemos, pero que no siempre hacemos nuestra. Unas veces porque nos gustaría que no fuese cierta y sentirnos capaces de vestirnos con la piel de alguien a quien queremos para tratar de amainar una parte de su dolor, otras porque quisiéramos entender qué lleva a algunas personas a actuar como lo hacen y otras porque también nos ilusiona pensar en que alguien fuese realmente capaz de ponerse en nuestra piel y comprender lo que estamos sintiendo.

Empatizar resulta sencillo con quienes sienten de una forma parecida a la nuestra. Y lo  convertimos en algo aún más sencillo si nosotros ya hemos pasado por una situación parecida a la que se nos pueda plantear. Cuando empatizamos así -de forma «natural»- partimos de una base común, de un enfoque compartido en el que erigir un fuerte de entendimiento y compromiso. Esta resulta ser la forma más ágil y sincera de empatizar, la que nos acerca al otro con la voluntad de ayudarle y la que nos permite reconocer nuestras propias emociones en lo que se refleja.

Pero hay otra forma en la que la empatía también llama a la puerta y, en lugar de acercarnos a mirar por la mirilla, lo que hacemos es desconectar el timbre porque nos parece imposible que pase por el rasero de la comprensión y el entendimiento alguien que hace cosas que, a día de hoy, no entendemos.

Podría poner muchos ejemplos de personas que hacen cosas que no consigo entender, que me resultan absolutamente descabelladas, locas, arriesgadas, fuera de rango, inútiles, torpes, hirientes, derrengadas o deshonestas, y me resulta difícil creer que en algún momento pueda llegar a entenderlas, pero hay algo que me ayuda a acercarme a ellas sin sacar el hacha de guerra: Entender que no llevo su piel puesta.

Y es que, por mucho que lo intente, no podré  vestir una piel distinta a la mía. Y la mía es tan pequeña que tiene limitadas entendederas.

Entre esas personas con las que parece más complicado mostrar empatía me apetece pararme sobre aquellas que parecen estar buscando la gresca de forma continua. Las que parece que se colocan la cara de perro de buena mañana y, por ese motivo, en lugar de hablarte, te ladran.  Me resultan llamativas porque tiene que ser totalmente agotador Vivir concentrando tus esfuerzos y tu atención en localizar lo que no funciona, buscar el desencuentro y retroalimentarte a base de ello.  Agotador e indigesto, porque alimentar un corazón en barbecho es francamente complicado sin morir en el intento. Eso sí, a los que tienen esa forma de Vivir, todo eso de que el corazón pueda alimentarse de algo distinto al mosqueo que sienten les suena a cuentos y utopías en los que no creen. Piensan que todo el mundo es malo, que solo se funciona a base de palos y que lo mejor para sentirse grande es intentar que otro se sienta pequeño.

Son una versión del Juan Palomo del refranero que todos conocemos, pero estos ejemplares se salen de la jerga para encuadrarse en el arte del penar. Abogan por el “yo me lo guiso, yo me lo como”, sin darse cuenta de que con su actitud, lo único que consiguen es abusar del fogón del enfado y terminan quemando su propia Vida.

Al encontrarnos con personas así, la actitud más frecuente es mosquearse o salir escopetado. No solemos plantearnos empatizar con quienes sentimos tan distintos a nuestra forma de sentir o de Vivir.

En mi caso, quedarme en el cabreo también me resulta lo más sencillo. No ir más allá de lo que esa persona está haciendo para intentar entender sus razones o motivos. Quedarme en lo que interpreto de su forma de pensar, sentir o actuar sin darme cuenta de que lo único que hago es juzgarlo y dictar sentencia reduciendo a esa persona a algo tan pequeño como el veredicto que obtengo.

Hacerlo no me parece justo, la verdad. No si soy honesta. No si no me dejo cegar por el enfado que me produce lo que hace y que, a veces, consigue nublarme lo suficiente como para pensar que alguien pueda ser lo que hace y no lo que ES.

Y cuando hablo sobre esto que suena tan poético no estoy hablando de dejar que cualquiera pueda hacerte lo que quiera sin que tenga consecuencias, ¡qué va!, de lo que hablo es de poner límites férreos a las conductas sin colocar el yugo hiriente de una «culpa para siempre» sobre la persona.

Puede que alguien que a mí me parece un auténtico cabronazo sea el mismo que haga que sus hijas se derritan cuando llega a casa y juegue con ellas haciéndoles cosquillas. Si tuviésemos que etiquetar a esta persona, ¿quién tendría la razón?, ¿ellas o yo?, ¿sería más cierto lo mío porque puedo razonarte mis argumentos?

Las etiquetas hablan de quien las escribe, no de quien las porta.

Y aquí podríamos entrar a divagar sobre qué ocurre cuando todo el mundo opina igual –o parecido- de una persona, pero terminaría siendo más de lo mismo. Ponemos nombre a lo que somos capaces de identificar y encuadrar dentro de un término concreto, pero la persona que tenemos delante es mucho más que lo poquito que consigamos ver de ella.

Piensa en cuántas veces tú mismo te has equivocado a la hora de actuar. Y ahora piensa en lo que Aprendiste gracias a eso. Seamos sinceros, Aprendemos a base de equivocarnos. Errar en el enfoque o la perspectiva nos ayuda a conocerNos y a descubrir que no somos tan pequeños como la limitada forma de pensarNos que tenemos y que nos lleva a actuar como lo hacemos.

Lo mismo ocurre con los demás.

Aunque nos joda.

Somos iguales.

Personas grandes supeditadas a pensamientos pequeños.

Y si tratamos de cultivar la empatía que va más allá de la que nos sale sola, encontraremos esta de la que hablamos hoy… la que agradece tanto la luz como las sombras.

 

Un comentario Agrega el tuyo

  1. canallathor dice:

    A mi juicio la dificultad está en comprender las fuentes, que originan ese malestar cabreo o tormento, la verdadera empatía, cielo es acompañarle en su sufrimiento
    Bonito domingo 🌷

    Me gusta

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