Todo el mundo quiere ser feliz, pero muy poca gente está dispuesta a serlo. No todos estamos dispuestos a soltar lo que agarramos. No nos gusta sentir profundamente, dejándonos sentir. Y menos aún si lo que sentimos es miedo, aunque este miedo sea el miedo a ser feliz “estando las cosas como están”. Como si las cosas pudiesen influir en nuestra felicidad. ¿Qué pensarán de mí si les digo que soy feliz aunque esté pasando por lo que estoy pasando? Pues pensarán muchas cosas, pero todas ellas tendrán nada que ver contigo y todo con ellos.
Soy feliz, me siento feliz y así me declaro. Lo soy incluso cuando me cabreo (como ahora mismo, que tengo un mosqueo monumental) y me doy cuenta de que lo único que tengo que hacer para sentirMe así es poner mi Atención sobre mí y atravesar el cúmulo de pensamientos que se agolpan en mi cabeza contándome cuantisisisisísima razón tengo de pensar como pienso y de sentir como siento. La razón está claro que la tengo ( y obviamente toda, que para algo soy yo quien la crea) Otra cosa ya es que mi razón sea Verdad. Y eso, aunque me fastidie reConocerlo, pues no lo sé.
Acepto mi duda. Y al hacerlo, siento cómo se revoluciona mi guerrera justiciera al grito de: ¡¿perdonaaaa?!, ¡¿duda?!, ¡¿duda tú?!, ¡¿duda de qué?!, ¡¿qué pasa?!, ¡¿que no lo tienes claro?! A lo que contesto que sí, que tenerlo lo tengo muy claro, que lo único que me pasa es que no me lo creo tanto como para decir que “mi verdad” sea la única que haya y le pongo cara de circunstancia para ver si se aplaca. Acabo de prender la mecha, toca agarrarse los machos. En mi mente comienza la batalla… O no.
Y en ese “o no” está la llave de mi calma, porque empieza dándole un Sí a mi necesidad de guerra. Me invita a cruzarla, a dejarme sentir en ella. No busco que desaparezcan mis ganas de pelea, al revés, dejo que lleguen hasta donde tengan que llegar de mí y me abro a Vivir la experiencia de este puto cabreo que pretende convencerme de su inevitabilidad.
Una inevitabilidad que yo sé que no es cierta. Porque lo único cierto en este momento es que siento lo que siento, que lo justifico y que mi cuerpo se relaciona con el enfado a base de pensamientos repetitivos con los que –sin darme cuenta- lo retroalimento y también con una tensión en los músculos poco habitual y encima le añade un acelere generalizado. Entre todo esto he conseguido que me moleste hasta que hayan tardado un poquito más de lo habitual en abrirme una simple barrera de acceso.
Según escribo esto de la barrera, me doy cuenta de que me hace cierta gracia la sinrazón megarazonada de mi cabreo y reconozco mi facilidad para utilizarlo a modo de onda expansiva salpicando de mosqueo hasta al portero encargado de abrirme la barrera del coche. Me flipo a veces, la verdad.
A la par que profundizo y me desCubro en mi cabreo, siento cómo éste pierde intensidad y comienza a disiparse. Esto activa mis sensores de riesgo ante el miedo a que desaparezca del todo y consigue que mi mosqueo salte de nuevo a escena al grito de “que no se te olvide lo que ha pasado, que ha sido muy fuerte. A ver si de esta aprendes” y se quede tan pichi. Y encima se pone otra vez erre que erre justificando que mi cabreo haya sido tan grande como para ver lógicos todos mis improperios (pensados y no expresados) a un pobre hombre que tarda ¿más de la cuenta? en abrir una barrera. Si soy honesta conmigo, aparece la tristeza ante mi torpeza emocional.
Podría decir que yo “soy así”, que soy de esta manera, y que nada más puedo hacer aparte de lo que hago. Pero siento que, si me lo cuento así, lo único que busco es justificarme. Y hacerlo, necesitar justificarme, me resulta curioso ¿Justificarme ante quién? Y sobre todo… ¿para qué?
Abrirme con honestidad a contestar estas dos preguntas me hace daño. La primera de ellas me pega directa, en toda la cara. La siento nítida: la respuesta a la pregunta «¿ante quién necesitas justificar que sientes lo que sientes?» la tengo clara: ante mí. Busco justificarme ante mí. Busco entender lo que siento, no me conformo son solo sentirlo. Porque dejarme sentir, en este momento, me resulta gilipollesco, quiero una explicación. ¿No se suponía que a base de hostias ya había aprendido lo que tenía que sentir y lo que no? Pues eso, coño, que no soy tan tonta como para volver a sentir lo que no debo ¿O sí?
La duda me mata, por eso busco encontrar el por qué de lo que siento y justificarme, porque necesito apoyarme en algún sitio y anestesiar esta mierda de emoción a base de razonamientos. Se me da bien hacer eso, llevo toda la Vida practicando. Por eso también sé que, si me conformo con mis razonamientos y me creo fielmente todo lo que justificadamente pienso, si me resigno ante el cobarde “yo soy así”, lo único que hago es negarme a AprenderMe, a indagar en lo que siento y a Encontrarme con lo que Soy (con lo que de Verdad Soy)
Duele de cojones. Ser honesto con uno mismo duele, pero sé que es solo al principio, mientras cruzo las primeras capas de la razón sin corazón, las del pensamiento justificado, las de la culpa y el resentimiento. A nadie le gusta que le planten un espejo delante si lo que va a ver es a la niña del exorcista ejercitando su hiperlaxitud. A mí tampoco. Verte girando el cuello 360 grados es tan sumamente intenso que lo primero que te sale es -¿En serio yo tengo esto?- Pues sí, Gema, lo tienes. Míralo, es lo que sientes. Sé valiente. Siéntelo. Enfréntate a ello, póntelo delante. Y confía, confía siempre. Lo que Eres no se amilana ante lo que sientes. Recuerda: contenido y Continente.
El cabreo que sentía cuando me he puesto a escribir se me ha ido al garete. Es lo que tiene poner la Atención sobre ti y atreverte a cruzar lo que sientes. He pasado de sufrir por un cabreo mega argumentado a reírme de mi absurda forma de salpicar mierda ante una barrera que tarda en abrirse ¿más de la cuenta? Ahora lo que siento es tristeza. Y duele más esta tristeza que el cabreo de hace un momento. El cabreo sabía a razones, esta tristeza me sabe a honestidad, a emoción sin analgesia, a acercamiento a lo que Soy…
En este espacio me siento libre, libre de sentir lo que siento. Miro a mi cabreo con Amor, me mezo. No necesito justificarme ni justificarlo, no siento la necesidad de que nadie me dé la razón. Y al mismo tiempo que siento esto, también abrazo y reConozco mi otra parte, la que busca argumentarse para sentir. Acaricio con mimo a la Gema triste por Verse dudar de sus verdades, a la que demanda explicarse lo que está sintiendo por sentirse incapaz de ser feliz ante determinadas circunstancias. ¿Quién en su sano juicio diría que es feliz estando triste o cabreada? Pues yo, por ejemplo. Y también muchos otros a los que conozco bien y me demuestran cada día que la Felicidad no depende de las circunstancias a las que te enfrentas, sino a LO QUE DES-CUBRES DE TI FRENTE A ELLAS.
La primera vez que fui consciente de las bonitas “incongruencias” que se pueden dar entre lo que mi cabeza piensa y mi Vida experimenta, fue cuando me diagnosticaron el aneurisma cerebral. Ante el miedo más atroz conocí mi Felicidad más serena. Y conozco a mucha gente a la que le ha ocurrido exactamente lo mismo porque insisto en que no es lo que te pasa lo que te hace feliz, es cómo te lo cuentas. Y si cuando lo haces, pones tu honestidad como único requisito, y te miras al espejo sin trampa ni cartón, directamente te la Encuentras.
Déjate cruzar por lo que sientes. Por favor, hazlo. Permite que sea la Vida la que te cuente quién Eres, no te creas a pies juntillas todo lo que piensas. Conoce la Verdad abriéndote paso entre tus mentiras y Agradécetelas. Todas. Aunque te duelan. Aunque no quieras Verlas. Míralas. Mantente Presente en tu forma de entender la Vida. Explórate. Indaga qué es eso de Vivir un día cada vez y suelta lo que fuera de ahí no se sostiene. Porque eso no habla de ti, tan solo lo hace de lo que piensas o sientes.
Sé feliz. Confía en ti, ¡tú puedes!
Ponte Atención.
Ya lo Eres.