Aprendiendo a desaprender

- No pensaba que lo fueses a hacer, mamá.
- Yo tampoco, cariño

A mi hija se lo dije tal y como lo sentía. Antes (y durante) mi viaje me asaltaron una y mil veces las dudas. Sin embargo, allí estábamos las dos, charlando sobre “un imposible” que ya estaba hecho, sobre las infinitas formas de afrontar los miedos, sobre la dureza que entraña sentirse pequeño, y sobre la gratitud que florece cuando miras sin culpa y sin rencor lo que sientes en cada momento.

Es precioso hablar sobre la Vida con mi princesa. Mis hijos me enseñan a Ser. Consiguen que me pregunte, sin pretenderlo, hasta dónde llega mi Honestidad, mi Veracidad, mi Compromiso, y mi Confianza en que la Vida entrega cuanto tiene que entregar. Ellos son mis Maestros y a mí me gusta AprenderMe con ellos.

Lucía cumplirá en mayo 17 años. Le gusta el deporte y esquía, así que siempre ha querido que yo aprendiese para que lo practicásemos juntos, en Familia. Su hermano se llama Daniel, pronto cumplirá 15 años y también esquía. Él es bastante más lanzado que su hermana, tiene una capacidad física muy potente y bonita y la pone en práctica brincando por todas partes. Después está Alfredo, él es el pro de la Familia en esto del esquí. Es el que más veces ha esquiado de los cuatro y su forma física le acompaña para aventurarse con nuevos retos cada vez que toca la nieve. Y luego ya, pues estoy yo, la más perezosilla de todos, la más friolera y la menos predispuesta a cansar mi cuerpo con el esquí. Vaya mezcla…

Tanto Alfredo como los niños siempre me han dicho lo mismo: “Inténtalo, por favor, súbete a las tablas y, si no te gusta, pues nada, lo dejas y ya está”, pero yo me he resistido a intentarlo hasta el infinito y un poquito más allá. Cuando me pedían que lo intentase siempre les decía que no y les contaba historietas para justificar que yo no estaba hecha para esas cosas, hasta que un día mi discurso interno cambió y, sin que nadie me lo pidiese, me Comprometí a intentarlo.

Fue durante el invierno que siguió a mi operación del aneurisma. Alfredo aquel año decidió no ir a esquiar porque no quería separarse de mi lado. Podría haberlo hecho, no había ningún problema porque se fuese, pero eligió quedarse cuidándonos, y  a mí debe ser que, entre la ternura que me produjo su decisión y las pastillitas que me metían en el body después de la operación, se me  debieron desconectar las neuronas encargadas de atiborrar de miedos a mi razón y terminé haciéndole la promesa de que lo intentaría cuando me recuperase.

Fíjate qué forma tan curiosa tuvo la Vida de invitarme a que cambiase el chip en aquel momento: un aneurisma. Y lo cambié, Acepté las nuevas sensaciones que aparecían ante mí y decidí probar algo que me seguía pareciendo loco: aprender a esquiar. Cuatro años y pico después, el ciclo se ha completado.

Lo que me gustaría reflejar con esta entrada no sé muy bien cómo adaptarlo para que quepa en palabras. Para mí ha supuesto un paso muy importante. No es que me haya convertido en una esquiadora profesional ni muchísimo menos, pero los descubrimientos que he hecho en mí han sido alucinantes. Si cierro los ojos y recuerdo lo que Sentí en esos días, se me agolpan muchos miedos, sensaciones, emociones y pensamientos con los que me costó lidiar, pero también un montón de recuerdos bonitos que tienen forma de sonrisas, de miradas, de olores, de abrazos, de descubrimiento, de respeto, de Honestidad y de Silencio, de mucho Silencio.

Mi promesa tomó forma en Baqueira Beret. La excusa había sido aprender a esquiar, pero yo sabía que eso era tan solo la forma en la que se me daba una nueva oportunidad de Aprender sobre mí. Fui allí porque de alguna forma Sabía que estaba dispuesta a curar y a tratar con el mimo que merezco alguna que otra de esas heridillas que tengo por ahí.

Siempre me he contado que yo no estoy hecha para practicar deportes. Cuando era pequeña tenía algo de asma por las alergias, así que le echaba morro y drama, y le pedía al neumólogo que me hiciese justificantes en cuanto llegaba la primavera para no tener que correr el puñetero test de Cooper. Nunca me gustó la gimnasia. Me desapunté hasta de ballet (y bailar siempre me ha gustado) Lo único que me hacía algo de gracia por aquel entonces era saltar el potro y encima era porque me partía de la risa cuando alguien se esmoñaba. Con este enfoque tan poco atractivo sobre el deporte, bien podrás imaginar que, en cuanto acabé los estudios que me obligaban a practicarlo, se acabó cualquier tipo de relación con el ejercicio.

Otra de las lindezas con la que he conseguido adoctrinarme bastante en mi “no capacidad para el esquí” ha sido el convencimiento absoluto de que los demás poseen cosas que yo no tengo. Me refiero a piezas importantes que a mí no debieron de colocarme correctamente en la cadena de montaje. ¿Quieres algún ejemplo? Mmm pues a ver… por ejemplo: una que siento que me falta es el coraje de tirarte por una ladera aunque no confíes en que la cuña te pare, otra es el ardor guerrero ese que hace que a la gente se le llene la boca con la famosa frase de “esto lo hago yo por mis cojones”, otra sería la confianza en que tus músculos van a hacer lo que ya te han explicado treinta y cinco veces que tienes que hacer si quieres girar a la derecha pero tú no tienes nada claro, y así otras muchas más por el estilo que, sumándolas, han ido consiguiendo que mi pensamiento objetivo (y mega razonado) me contase que, si realmente pretendía sacar algo positivo por subirme encima de unos esquís, era porque estaba como una puñetera regadera.

Sin embargo, había otra parte de mí que, entre todo ese batiburrillo de miedos e incapacidades, me invitaba a mirar todas mis inseguridades desde la calma, con cariño, acercándome a ellas, sin miedo a sentirlas, y porque sí, porque estaban, porque formaban parte de mi forma de relacionarme con el momento en el que estaba y accedí. Me Permití Sentir.

Recuerdo que el primer día estuve a punto de llorar muchas veces. Se me encogía el estómago todo el rato y el resto de mis músculos le acompañaban. El simple hecho de estar parada en la nieve, viendo la pendiente, me apelmazaba. Me sentía como el culo viendo a mis compañeros accediendo a la pista sin miedo. Para uno de ellos también era su primera vez, pero me pegaba diecisiete vueltas. Mi cabeza era un hervidero, se me agolpaban un montón de pensamientos sobre “no puedes”, “no vales para esto” o el peor de todos: “ya lo sabías, guapita, pero te flipas, te crees más de lo que Eres. Menos mal que la realidad te devuelve a lo que hay, y lo que hay es que NO PUEDES”

Madre mía, qué pensamientos tan activos, tan dolorosos, tan duros y tan recurrentes, qué bien aprendidos, cuánto les he interiorizado y creído…

Enfrentarme a aquello era una mierda grande. Esa sensación de pequeñez, de sentirme diminuta, era complicada para mí. Trataba de pensar en mis hijos y en mi marido, en lo que podríamos compartir si lo conseguía, en la ilusión que les hacía compartir momentos de esquí, pero eso no era para mí un impulso suficiente y tampoco era real. Pensar así me hacía sentirme aún peor porque me ponía en toda mi geta el miedo al fracaso, a desilusionarles y a confirmarles mi torpeza y, encima, me enfadaba más por todo aquello porque sentía que si estaba allí era por una imposición moral (“que no digan que no lo he intentado”)

Es jodido admitir esto, pero, si me enfocaba así, si lo hacía sobre ellos en lugar de hacerlo sobre mí, también encontraba cierto escape a la mierda que sentía porque así ellos eran “los culpables” de que yo estuviese allí pasando calamidades, sufriendo por intentar algo que ya sabía yo que no lograría, pero que, como ya se habían encargado ellos durante años de hacerme saber que para ellos era importante que lo intentase, pues allí estaba yo –pobre de mí- luchando por conseguir lo inalcanzable.

Recuerdo que estaba subiendo a la parte alta de la pista de principiantes cuando me di cuenta de lo que acabo de contarte. Fue duro y liberador a partes iguales. Dejó de haber culpables. Yo era la responsable de estar allí. No solté ni una lágrima, pero tenía los ojos a puntito de caramelo bajo las gafas. ¿Sabes? es una experiencia muy rara que tu cabeza argumente una historia que justifica todas tus mierdas y que, al mismo tiempo, aparezca por ahí otra parte de ti a la que le apetezca desandar la movida que te cuentas para abrazar el dolor que te genera.

Algunas Personas a estas sensaciones rarunas las llaman toma de conciencia. Yo no sé muy bien cómo llamarlas, pero cuando pienso en lo que me producen, me viene a la cabeza la palabra Honestidad: Honestidad para mirarte dispuesto a Ver cuanto aparece dentro de ti, sin un solo “pero”, y, al mismo tiempo, dándole la bienvenida a todos los que salgan de tu cabeza porque, aparecer, aparecerán, pero tú no tienes por qué hacerles caso ( o al menos no del todo, siempre tienes la posibilidad de poner(Te)los en duda. Practicar Honestidad cuando nos miramos es muy interesante porque, a la vez que se te dispara el pensamiento y la razón justificando y retroalimentando cualquier emoción, también asoma el hocico por tu Presente esa otra parte de ti que simplemente Para ante tu caos, le Mira, y Confía.

Creo que darte Permiso para abrazar tu caos te lleva a des-aprender patrones que antes parecía imposible cambiar por férreos, es una forma de plantearte siempre si puede que existan otras maneras de pensar con la que abrir tus miras y conseguir que te relaciones con una realidad de ti más extendida. Cuando lo haces, cuando te Permites desaprender, no es porque quieras a toda costa negar lo que piensas de ti y empezar a  pensar distinto, qué va, es simplemente porque una parte de ti Sabe que tu forma de mirarte a ti y a lo que te rodea no es la única cierta; es incompleta porque solo ve lo que está dispuesta a ver, no llega a abarcar la totalidad de lo que realmente existe y encima se dirige por inercia hacia lugares que ya conoce aunque de algunos de ellos solo saque mediocridad, dolor o incompetencia.

Qué pasada…

¿No es bonito?, ¿no resulta calmante tomar conciencia de nuestra forma de mirar-nos?, ¿no es reconfortante destapar nuestras miserias y empezar a tratarnos con Amor, respeto y perspectiva?, ¿acaso no es la forma de devolver la templanza a las aguas más frías?

A mí sí me lo parece

Si ahora mismo pudiera, viajaría hasta la niña que se atrincheraba para no correr, la miraría a los ojos, la sentiría respirar, y le diría una sola palabra: CONFÍA

No quiero despedirme de este ratito de reflexión Compartida sobre lo Aprendido en Baqueira sin hacer mención a algunas Personas que han formado parte de este bonito “viaje”.

Con todos los que estuve conseguí Aprendizajes sobre mí así que, de corazón: GRACIAS.

En especial, GRACIAS REGRANDES  a Raúl, mi preciosísimo monitor. Creo que no es fácil lidiar con alguien que está cagado de miedo. Él supo mirarme más allá de lo que yo pudiese contarle y se quedó conmigo en lugar de con mis miedos. Hay que tener mucho Amor (y paciencia) dentro para conseguir hacer eso. Gracias, Raúl, por el respeto, por no entrometerte o enjuiciar lo que yo Sentía y por tu Confianza. Prometo que subiremos al mirador.

También quiero Agradecer lo mucho que flipé con mi gran José “Super Heroe”, o “pura-fibra”. Hay que tener los cataplines muy bien puestos para hacer lo que hiciste. Quiero que sepas que me has inspirado y ayudado con tu Valentía, ejemplo y sonrisa.

Gracias, Elena, por ese ratito Compartido en el bar. Me hizo Verte sin necesidad de palabras. Me pareces una guerrera silenciosa, de esas que no hacen ruido porque sus conquistas son grandes pero calmadas. Sé que conseguirás lo que te propongas.

Gracias a ti también, Marga. Cuando hablabas me sentía abrazada. No era necesario explicarte nada, comprendías mi manera de Sentir. Gracias grandes y sinceras. Tu forma de afrontar el Aprendizaje del esquí es igual de firme, de serena y de confiada que la que llevas a otros ámbitos. Me siento afortunada de que rememos en el mismo barco.

A Mingo, a mi Minguito… Gracias por arrastrarme con esa sonrisa tuya inquebrantable, por tus chistes malos y por tus bailes. Te admiro a lo bestia.

A Sergio, por las risas, los charloteos, el buen rollito, tus estilismos, y por ser como un mercadillo ambulante en cuanto nos subíamos al bus. Contigo se recuperan siempre las fuerzas.

A Edu, por dejar que me acercase a descubrir lo bonitico que Eres, por tus giros de cabeza, por tus piradas de pinza y también por tus bailes. Me encanta tu forma de Vivir. Olé tú y tus bemoles. Me lo pasé muy bien contigo.

Al canarión gigante, a David y a su preciosa gata. Admiro vuestra fuerza y determinación. Gracias por Compartir una parte de vuestras flipantes proezas conmigo.

A Yoyo. Por tu originalidad y por “llevarnos por el buen camino” con muy buen rollito. Así da gusto viajar.

A Herminio, a María, a Margarita, a Carlos, a Bea, a Cristina, al tío Juan y a todos los demás porque sin vosotros estoy segura de que mi experiencia no hubiese sido la misma.

Y por último, Gracias Gigantes a mi preciosa Familia. Me impulsáis siempre a sacar lo más bello que hay en mí. Prometo intentarlo siempre. Gracias por ser un gran motor de inspiración y Honestidad ante la Vida.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Julian Gonzalez Gomez-platero dice:

    Gracias por las palabras que nacen de los sentimientos profundos. Nos ayudan y nos alimentamos, porque la palabra Pan dicha desde tu sentir y HONESTIDAD quita el hambre, no hace falta el Pan para saciarse, con sólo decirlo basta!. Tu gramática se escribe en tres dimensiones Gema, mi agradecimiento.

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