Lorenzo

 

 

Lorenzo

Lorenzo es capaz de darte los buenos días sin decir ni una sola palabra. Nada más entrar a su zapatería de toda la vida te recibe con una sonrisa, tan sincera, que consigue que la tuya brote con la misma naturalidad.

Me encontré con su zapatería por casualidad cuando iba de camino a la UNED, era uno de esos locales de toda la vida en cuyo escaparate se podía leer: «tapas y filis en el acto». En ese momento andaba buscando algún sitio al que llevar a arreglar unos zapatos y decidí que ese sería el lugar.

Nada más entrar me sentí trasladada como por arte de magia a mi infancia, a la zapatería del mercado de mi barrio, en la que el olor a cuero y a betún envolvía a todos los que nos acercábamos a buscar remiendo zapatero.

El local de Lorenzo es humilde en apariencia pero enormemente rico en experiencia, en mimo hacia lo que hace y en amabilidad hacia aquel que entra.

Con la excusa de ese servicio público que ofrece en su tienda he ido aprovechando las oportunidades de charlar con él, de disfrutar mientras me cuenta anécdotas sobre sus 65 años de profesión, sus 72 años de vida y, como no, sobre su propia Esencia, esa que te regala en cuanto entras al lugar que él mismo denomina como «segunda casa».

Son dos días a la semana los que paso por delante de su local y siempre tengo las ganas de darle los buenos días, así que cada poco me paro con él, aunque sean cinco minutines, a saludarle y a preguntarle qué tal le va. Me encanta ver su cara cuando me cuenta historias de personas con las que ha ido compartiendo vida, historias divertidas y entrañables contadas con una ilusión tan sincera que parece que estén siendo revividas detrás de cada una de sus palabras.

Lorenzo irradia esa luz propia del astro al que le coge prestado el nombre.

Como os digo, paso dos veces en semana por allí. Aparco el coche en una zona bastante alejada del centro al que acudo para evitarme el pago de la zona azul y aprovecho esta circunstancia para darme un par de paseítos semanales antes de entrar en clase. Suelo dejar el coche cerca de un quiosco de prensa regido por una mujer a la que me encantaría invitar algún día a tomar un café; después del «buenosdíasconsonrisa» de la enigmática quiosquera, atravieso un parque poblado de árboles altísimos y frondosos que me regalan la visión de los rayos del sol a través de sus copas (realmente flipante, prometo subir alguna foto). Cuando llevo ya unos diez minutines de andadura, me acerco a la zona en la que se encuentra Lorenzo.Es una zona de locales comerciales en los que alguna vez hubo negocio, pero que hoy en día solo muestran los resquicios de lo que albergaron. Todos están cerrados, todos excepto uno, ese en el que se puede leer «tapas y filis en el acto».

 

 

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Rosa Reche dice:

    Para Lorenzo,
    aquel que cojea… todavía camina….
    Piensa que no estás solo porque en algún lugar alguien está tratando de encontrar la manera de llegar a ti Lorenzo, el ENTUSIASMO y el OPTIMISMO son las piernas de la vida, mucho ánimo , y no olvides que yo estoy deseando estrechar la mano de quien posee tan grandiosa sonrisa. Un abrazo

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