Ahora

No conozco a nadie que haya conseguido ser feliz mañana. Sin embargo, conozco a muchos que piensan que ese tal “mañana” llegará trayendo de la mano todo lo necesario para serlo.

AhoraEn un viaje a Cuba conocimos a un pescador que nos enseñó una bonita lección. Llevábamos varias tardes fijándonos en él cuando regresábamos al hotel en el que estábamos alojados. Cada vez que le veíamos nos llamaba la atención, había algo de él que invitaba a acercarse y conversar. Su apariencia era como la de cualquier otro pescador de la zona, pero la expresión de su cara, con una sonrisa permanentemente tallada, le hacía estar rodeado de un halo distinto, algo parecido a la magia.

Un día decidimos acercarnos, nos apetecía conocerle. Comenzamos charlando sobre el tipo de peces que conseguía con su caña y la forma de pescar que utilizaba, pero, al ratito, aquella conversación sobre pesca se convirtió en un relato de Vida.

La pesca era su forma de llevar, cada día, comida a casa. No recuerdo cuántas personas vivían bajo su mismo techo, pero sí sé que eran más que la suma de él y su mujer. Aquel maestro vestido de pescador había trabajado como Médico en Cuba durante muchos años y nos contó lo feliz que fue ejerciendo una profesión que le apasionaba. También nos habló sobre lo bajísimo que fue su salario como Doctor y el tiempo que prestó servicios gratuitos a su país como forma de pago de su carrera universitaria. Todo esto nos lo contaba con una bonita mirada. Sonreía y hablaba. Hablaba de su pasado, de una profesión que amaba y que aún ejercía si alguien le pedía algún favor. Una enfermedad le había llevado a dejar a un lado la medicina, así que cambió su bata blanca por las chanclas de pescador, los bisturís por latas de cebo, y las paredes del hospital por una visión abierta al mar y, con ella, a la ilusión de sacar de sus aguas aquellos peces que no solo alimentaban su cuerpo, sino también su Alma.

Aquel hombre hablaba con dificultad. Su enfermedad le había llevado a pasar por una traqueotomía y esto hacía que sus palabras fueran, si cabe, aún más valiosas. Nos habló de su casa, de su familia, y de su Vida, de su forma de Vivirla, de su Felicidad. Se definía a sí mismo como una persona feliz y puedo dar fe de que lo irradiaba. Se sentía profundamente Agradecido a la Vida por el mero hecho de tener la oportunidad de Vivirla. Ya está.

Al regresar a nuestro hotel nos sentíamos distintos. Lo que aquel hombre nos mostró fue un cambio de perspectiva. En sus palabras pudimos ver mucha Verdad, nos acercamos a ella. Una Verdad calmada, Aceptando desde la Vida en lugar de hacerlo desde las expectativas. Pudimos ver a un hombre que tenía mucho menos que nosotros y, sin embargo, alcanzaba mucho, muchísimo, más.

Esas sensaciones nos duraron poco, yo creo que nos acompañaron la semanita que duró aquel viaje y puede que también disfrutásemos de la resaca emocional durante el vuelo de vuelta a casa, pero se nos quitó de un plumazo en cuanto cogimos el metro y plantamos un pie en “nuestra realidad”. Las oportunidades para acceder a aquella forma feliz de Vivir parecían haberse disipado entre los quehaceres diarios y la rutina de cada día. Daba la sensación de que la oportunidad se quedó en aquel malecón, anclada al pescador y a su sonrisa.

Me fascina ver cómo, según crecemos, le vamos colocando capas a la Vida y cubrimos nuestro corazón con ellas. Cada una tiene su propia historia, la que cuenta cómo y por qué se creó, la que nos cuenta de qué material está hecha y cuál es su función. Su textura depende de su origen: cuanto más amable sea la experiencia que la genera, más dulce y liviano resulta para nosotros llevarla encima.

Somos muchos los que hemos pasado por experiencias con las que hemos formado una buena capa de barro para cubrir heridas, y sobre esa hemos colocado otras de hormigón. A mi coraza armada a base de capas y capas me gustaba llamarla “lo que la Vida me ha enseñado”, así que veía francamente necesario colocármela para mirar de frente a la Vida. Me levantaba, me enfundaba en mi armadura y me sentía protegida. Ya estaba lista para enfrentarme a la lucha del día a día.

Aquel hombre que pescaba en el Malecón me mostró que no es necesario vestir armaduras. Él ya había aprendido a soltar la suya, así que se mostró sin ella, de corazón, y fue esa parte de mí la que también le sintió. Sin interferencias.

En aquel paseo de la Habana me permití dejar a un lado las capas que yo misma me coloqué. Prejuicios, juicios, y post-juicios. Condenas a cadena perpetua. Heridas aún abiertas de un pasado acabado. Necesidades de futuro. Expectantes expectativas. Mogollón de charlatanería. Lástima, valores y la creencia de que, para Vivir, había que pelear la Vida. Por un ratito, de todas ellas me despojé y al mirarlas a través de los ojos que aquel pescador me mostraba, dejaban de significar lo que, para mí, significaban, dejaban de ser necesarias.

Aquel día, en aquel rinconcito de La Habana, me sentí libre de corazas y me ilusioné ante la idea de ser capaz de no volver a necesitarlas.

Soy una persona con suerte. La Vida me ha dado palos. Durante muchos años los usé para construir mi fuerte. Un lugar al que solo unos cuantos elegidos pudiesen llegar, erigido para mostrarse como fortaleza a los de fuera, pero escondiendo a un huésped lánguido y asustado. Mientras estuve allí me sentí a salvo. Tenía muros gruesos y muy poquitas ventanas. Desde dentro apenas podía ver la luz, pero no me importaba. Prefería dejar de verla antes que ilusionarme con ella y que cualquier maldito enemigo viniese a arrebatármela. Era un lugar frío, muchas veces me agobiaba y quería salir, pero me aterraba la idea de hacerlo y encontrarme con quien habitaba tras los muros de aquel lugar. Así llegaron los “tal vez mañana…” y me conformé con sobrevivir en aquella fortaleza inventada.

Hace poco, una amiga, después de charlar un rato sobre la forma en la que vemos la Vida, me preguntó cómo podía usar los palos que recibía para quitarse capas en lugar de construir otras nuevas. No supe responderle, o, al menos, no de la forma que ella quería que lo hiciese. -“Para y mírate con la suficiente honestidad como para Aceptar lo que Veas y lo que sientas. Pon tu foco de Atención en ti, no en lo de fuera.”- Eso fue lo que le contesté. –“Sí, ya, pero… ¿cómo?.” Esta fue su respuesta.

Esa misma pregunta fue la que me resonaba en la cabeza después de aquel Encuentro en el Malecón… la del ¿cómo?, y olvidé preguntarme por el ¿qué?. Si tú también eres de los que se plantea así la cuestión, es mejor que tengas mucha cautela… El Ser Humano tiene tendencia a confundir la falta de conocimiento con la de Posibilidad.

Dejé Cuba, pero lo que aquel pescador me invitó a mirar, se quedó grabado a fuego… mi anhelada Felicidad. Durante muchos años, al pensar en él, el sentimiento que venía a mí era el de la envidia. Quería sentir como él sentía, Aceptar el día a día como él lo hacía, pero, al mismo tiempo, me negaba a transitar por las partes más oscuras de mi propia Vida.

Varios años después tuve la suerte de que la Vida me regalase un freno disfrazado de enfermedad. Gracias a parar, conseguí mirar hacia lo que evitaba, y descubrí que la Semilla que aquel pescador puso en mí siempre estuvo ahí, agazapada, esperando a ser regada de Momentos Presentes. Dejando a un lado los «tal vez… mañana

3 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Gema Díaz dice:

    El ayer y el mañana son dos hábiles y sibilinas trampas de nuestro querido ego… Nuestro verdadero SER sólo habita en el presente… GRACIAS POR COMPARTIR, tocaya!!!

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  2. Julián González dice:

    Tu testimonio es un regalo de hoy y de mañana esperando palabras delicadas y sabias gracias

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    1. ufff el QUE , pues no has dicho naaaa. Que dificil es llegar al fondo del asunto. El proceso es facil si ves el objetivo . saber cual es… es lo verdaderamente dificil. Darse cuenta ya es un paso. Gracias por hacerme pensar.

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