Como una pelota en la marea

Esta frase ha definido mi forma de vivir durante mucho tiempo. Cuando te sientes tan chiquitito como una pelota que se revuelca según vengan las corrientes y el oleaje a los que dan intensidad tus circunstancias, tienes la enorme necesidad de que todas esas mareas dejen de agitarse para conseguir, solo entonces, ser capaz de salir a la superficie y respirar.

Hace un tiempo descubrí no ser tan volátil como creía y decidí comenzar a navegar en lugar de sentirme a la deriva. Ser marinero no te exime de vivir tempestades, pero sí que te va dando horas de experiencia para conseguir convertirte en patrón de barco.

De ese proceso en el que desaprendo para poder aprender es del que quiero escribir esta semana. Desde que comencé a compartir  la forma en la que estoy comenzando a vivir, muchas veces me he encontrado con personas que tienen ganas de redescubrir partes de sí mismas, que se ilusionan ante la posibilidad de comenzar un camino en el que consigan situarse como capitanes de navíos capaces de surcar  fuertes marejadas sin un solo balanceo, y también con aquellos, que tan enredados se encuentran en todo eso que les rodea, que solo anhelan descubrir la fórmula mágica que les ayude a salir a la superficie y respirar.

Muchísimas veces en mi vida me he sentido como ellos, me he visto tan desesperanzada que he llegado a pensar que era más fácil dejarme llevar por la corriente que intentar salir a flote, incluso he creído que eran otros (y no yo) quienes me ataban piedras para que eso de respirar no llegase a suceder nunca. Y he odiado mucho por ello. Me he negado y he negado a los demás. He llegado incluso a desear que otros se ahogasen conmigo, en ese odio sentía consuelo. Durante muchos, muchísimos años, he visto la responsabilidad de mi vida en los demás, he supeditado mi felicidad a lo que otros estuviesen haciendo con la suya, siendo incapaz de asumir que era yo la que capitaneaba el barco.

Ser consciente de que puedes cambiar da miedo. Mucho. Cuando vivía dentro de esa forma de entender mis circunstancias, me quejaba mucho, muchísimo. No era feliz, entendía que otros debían cambiar para que yo pudiese sentirme bien, todos los problemas que había a mi alrededor tenían que resolverse para conseguir mi licencia a sentir con plenitud las muchísimas cosas positivas que me rodeaban pero a las que les daba una importancia bastante relativa. Situaba mi foco de atención en todo aquello que se tenía que solucionar para que mi vida estuviese bien. En ese momento no me planteaba que lo que realmente buscaba era que otros empezasen a vivir del modo en el que yo quería en lugar de en el que querían ellos, pero a mí me parecía imprescindible que modificasen su forma de vida porque pensaba que si cambiaban, dejarían de sufrir y, si ellos lo conseguían, entonces yo también.

Como os digo, esa necesidad de que mis circunstancias cambiasen para poder salir a la superficie y respirar me llevaba a quejarme mucho. Eso sí, hacer, lo que se dice hacer…no hacía nada. Me llegaba a decir a mí misma que era de género tonto esa entrega de mi propia energía para lo que yo llamaba “ayudar” a otros a cambiar, pero seguía avanzando por un camino que, aunque no me llevaba a donde quería estar, por lo menos hacía que me sintiese en un terreno conocido por todas las veces que ya había sido recorrido.

Durante mucho tiempo entregué los niveles más pobres de mi reserva energética a responsabilizarme de la vida de los demás pensando que así contribuía a mejorarlas. Ahora sé que lo que hacía era reflejar mi necesidad de sentirme bien responsabilizando a los demás de que yo consiguiese alcanzar mi objetivo.

No sabía actuar de otra manera, responsabilizaba a otros de mi bienestar y me responsabilizaba yo del de los demás. Eso me parecía lo normal, lo adecuado, lo establecido. Y tenía tantas horas de experiencia en ese formato de vida que no sopesaba otra opción. Era lo que me tocaba y punto.

Así me había convertido en una diminuta pelota en la marea. Manejable, frágil…

Usaba mis creencias, a las que daba el valor de realidades categóricas, para ayudarme a contestar todas las veces que me planteaba los “por qués” de mi situación. Cada vez que sentía esa revoltura interna que me invitaba a salir del camino hacia ninguna parte, encontraba mil excusas tranquilizadoras que anestesiaban mi necesidad de cambio para dejarme de nuevo situada en ese sitio que sentía tan mío, ese en el que reinaba el movimiento sin avance, la queja sin acción. En aquel entonces, todo lo que sentía y pensaba, lo daba por cierto; era capaz de señalar multitud de cosas que deberían cambiar, pero elegía la opción fácil, la de sentirme víctima de todo aquello en lugar de asumir la responsabilidad sobre cómo permitía que todo lo que me rodeaba me llegase a afectar. Así de sencillo y de incongruente a la vez…

En esos momentos, centraba la búsqueda de mi lugar dentro de mis circunstancias en los ”¿por qué?”, jamás me preguntaba para qué hacía lo que hacía, qué era lo que buscaba con mi actitud; no le dedicaba tiempo a plantearme cuál era mi situación dentro de ese mar agitado, solo me dejaba llevar por las corrientes que, una vez pasada la dura tempestad, conseguían sacarme a flote.

Plantearme nuevas preguntas me hizo encontrar nuevas respuestas. Muchas de ellas duras de encajar, algunas las negaba según aparecían como posible opción en mi cabeza, después intentaba contestar a los “¿para qué?” comenzando mis respuestas con todos los “porque…” que tenía almacenados en mi departamento de respuestas automáticas. ¿Qué deciros? Se me ocurren mil y una excusas que he utilizado como el más férreo argumento para defender esa postura de la que tanto me quejaba pero que tan poquito hacía por cambiar.

Ahora es verdad que me encuentro en un momento de reconocimiento y aceptación de mí misma en el que no estaba antes. Desde aquí siento que todas esas creencias que siguen formando parte de mí están conectadas por algo que las une a todas: la duda. En este lugar soy capaz de situarme como observadora de quien se relaciona con todo lo que le rodea, puedo ver qué planos mentales son los que voy siguiendo para tomar mis decisiones, identifico el lugar que creo ocupar dentro de mis circunstancias… pero poco más.

No he excluido al miedo del proceso de cambio, tampoco lo he hecho con la duda o la inseguridad. Lo único que ha variado en mi forma de navegar es el compromiso que adquirí conmigo misma para ir uniendo puntos en mi camino y ahora soy consciente de que, casi sin proponérmelo, en ese compromiso he encontrado los materiales necesarios para darle una mayor consistencia a esta pequeña barquita en la que ahora navego.

Es cierto que hay un antes y un después en mi forma de entender la vida desde que me llegó ese gran regalo disfrazado de diagnóstico, pero os aseguro que aquello tan solo me hizo recoger una parte de mí que había soltado en algún lugar del camino y que no es otra que la de comprometerme a aceptar la responsabilidad de mi vida. Sé que puedo navegar con la serenidad como bandera, que las corrientes y las tormentas seguirán formando parte del camino y que muchas más horas en la piel de este marinerito en el que habito, me llevarán a alcanzar nuevos puertos que ahora me parecen lejanos.

3 Comentarios Agrega el tuyo

  1. mario dice:

    Es curioso, cuando alguien está haciendo algo mal o algo malo, siempre busca compañeros o cómplices en sus actos,como si la actuación grupal disminuyera el castigo o pena. Si un grupo de adolescentes está bebiendo, insistirán para que todos los del grupo beban hasta emborracharse, incluidos aquellos que no beben.
    Cuando no hacemos algo bien, preferimos rodearnos de gente que al igual que nosotros, no lo está haciendo bien o que por su actuación o situación no estén en condiciones de corregirnos.
    Por ello es importante estar rodeados de personas y de ambientes que nos aporten algo positivo y nos hagan crecer y no nos mantengan en la apatía y la mediocridad.
    Pero no podemos confiar solo en las personas y el ambiente que nos rodea,porque en ocasiones no tenemos ni a esas personas ni ese ambiente, pero nos tenemos a nosotros, que sí sabemos que queremos algo diferente y a partir de ahí empieza nuestra travesía.
    Y como muy bien dices, no flotas a la deriva, navegas, unas veces con más facilidad y otras con menos y si encuentras otros barcos que siguen tu rumbo, te ayudarán, te guiarán y te acompañarán, pero si no diriges bien tu barco, si tus cartas naúticas y tu sextante no son correctos, podrás separarte de la flota y terminar a la deriva.Para evitarlo debes mantener siempre cuidado y atención sobre tu barco,conociéndolo perfectamente, sus virtudes y defectos, teniendo presente que barco es y que todos navegan y se mantienen a flote.
    Vale,sí, fuí marinero en la Armada y como dentro de poco es la Virgen del Carmen, que me he venido arriba ¡¡¡¡
    Pero se ha entenddo, de todos modos, como han dicho en un comentario anterior » mal de muchos consuelo de tontos» y yo añadiría «¿ dónde va Vicente ? donde va la gente».

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  2. maribel morales dice:

    Muchas gracias guapa, muy bueno.

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  3. Monica dice:

    Mal de muchos, consuelo de tontos…
    Ir contra corriente es ir contra natura…
    Q facil es dejarse llevar y culpar a otros de nuestros fracasos… Es curioso. Nunca los culpamos de nuestros éxitos.

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