¿Me escuchas?

La semana pasada hablaba sobre la forma que tiene para mí el silencio y en esta entrada quiero compartir cómo ese silencio interviene sobre el modo en el que realizamos la escucha hacia nosotros mismos y hacia los demás.

Puede que te resulte extraño en un principio asociar los términos escucha y silencio en una misma frase y más aún que los identifique como requisitos imprescindibles para comunicarnos eficazmente, así que voy a tratar de explicarte qué sentido tiene para mí esta unión y qué me aporta el que ambos vayan de la mano.

Lo primero que quiero matizar es qué entiendo yo por silencio: el silencio es la ausencia del ruido que generan mis pensamientos tratando de convencerme de que lo que ellos dicen es la verdad y obligándome a que actúe conforme a lo que ellos interpretan como “lo correcto”.

Es complicado vivir momentos de absoluto silencio (en mi caso, solo me ha ocurrido en dos ocasiones), pero a lo que sí que puedo acceder fácilmente en mi día a día es a mejorar el modo en el que me relaciono con el ruido que genera lo que pienso. Si me paro a mirar hacia mi máquina de pensar dispuesta a descubrir cómo funciona, soy capaz de identificar sus piezas y eso me lleva a conocerla lo suficiente como para ser capaz de bajar sus revoluciones cuando lo necesito.

Esto que acabas de leer puede sonarte a panacea, y la verdad es que a mí también. Una panacea mucho más accesible de lo que parece en un principio.

Hay veces en las que noto, directamente, que no me apetece mirar más allá de nada de lo que pienso o siento. Hay momentos en los que tengo la sensación de que es inevitable enfadarme, estar triste o sentir miedo, así que, cuando siento eso, hago lo único que sé hacer… lo vivo.

Vivir mis emociones no implica que me crea que yo soy eso que estoy sintiendo ni luchar por evitarlas, simplemente supone adentrarme en ellas con la voluntad de aprender lo que quieren mostrarme sobre mí y caminar entre sus zarzas sabiendo que más allá de ellas hay nuevos caminos por explorar.

Mientras avanzo entre esas rutas emocionales me pierdo muchas veces, pero siento que no saber hacia dónde ir no implica no estar en el camino, tan solo es una forma más de ocuparlo. Es verdad que sentirme desubicada no es agradable, pero tener conciencia de que, si quiero, puedo cruzar mis pensamientos, y la ilusión que me invade cuando me adentro en ellos dispuesta a localizar el lugar del que procede el ruido, hacen que sienta el enfado, la tristeza o el miedo como una oportunidad para aprender nuevas formas de acercarme al silencio.

Desde ese silencio es desde donde creo que puede tener lugar la escucha.

Me gusta sentirme capaz de verme a mí misma y a los demás más allá de pensamientos propios y ajenos, incluso aunque sean nuestros razonamientos los que nos marquen la pauta al hablar. Encuentro que la escucha, en esencia, se produce cuando estamos dispuestos a recibir al otro (y a nosotros mismos) más allá de las explicaciones que nos sabemos contar.

Permíteme que haga referencia aquí a un post que publiqué hace un tiempo, “encajando en la forma”. En él explico cómo asumimos como una necesidad el transformarnos desde lo que somos hacia aquello que debemos de ser aunque esto nos suponga recortar y pulir nuestra propia esencia. Me parece un ejemplo perfecto para mostrar cómo muchas veces nos negamos la oportunidad de escucharnos ante la lógica razonada y ruidosa de nuestros pensamientos.

Muchas personas sentimos la necesidad de modificar partes de nuestra vida que nos molestan, pero no todas estamos dispuestas a asumir la responsabilidad del cambio. Es mucho más sencillo echar la culpa a otros o a las circunstancias. La actitud quejicosa ante lo negativo que nos rodea es algo muy común, todos lo hacemos en algún momento, pero es importante que nos demos cuenta de que la forma en la que vemos y sentimos nuestras circunstancias, no es más que una interpretación de lo que acontece.

Piensa en cuántas veces has vivido situaciones en las que tú has tenido muy claro lo que había sucedido y ha llegado otra persona (incluso de las afines a tu forma de ver la vida) que te ha dicho algo totalmente distinto a lo que tan claramente tú entendiste. O, mejor aún, voy a ponerte de ejemplo algo conocido por todos: recuerda alguno de los distintos debates políticos que se han producido. Lo que allí ocurre es algo único, tan solo es una secuencia de actitudes y palabras justificando y defendiendo ideas, pero la interpretación que cada uno de nosotros realiza sobre ese hecho único y, de por sí, carente de significado, implica una serie de reacciones emocionales que se amparan en lo que interpretamos de lo que hemos vivido porque nos es imposible hacerlo sobre la asepsia del hecho en sí.

Todos tenemos claro que cada uno tiene su propia forma de interpretar lo que sucede, pero es curioso cómo llegamos a obviar este hecho tan importante la mayor parte del tiempo y, aun sabiendo que para los gustos se hicieron los colores, somos capaces de darle a nuestros pensamientos el rango de verdaderos por la única razón de que son los nuestros.

Cuando escuchamos al otro necesitamos no interpretar lo que nos está contando con la intención de validar si aquello que relata está bien o mal, y tampoco tiene cabida en la escucha el convertir nuestro diálogo en un partido de tenis en el que la pelota de la razón vuele apresurada tratando de anotar puntos. La escucha, que no el oír, es el lugar que se abre ante el encuentro de aquellos que intervienen en ella.

Si nos permitimos escuchar honestamente a quien nos habla y dejamos a un lado nuestra tendencia a interpretar, le ofrecemos al otro la oportunidad de expresarse sin temor a ser juzgado y también nos concedemos a nosotros mismos la posibilidad de encontrar la calma escondida tras el ruido de nuestros pensamientos. Es ahí, en la escucha honesta y en la posibilidad de reconocer al otro más allá de lo que te pueda llegar a decir, donde cobra sentido la unión de los términos escucha y silencio.

¿Cuántas veces has sentido que la persona con la que hablabas estaba dispuesta a escucharte de esta forma?

Puede que hayan sido pocas o incluso ninguna. Los seres humanos tendemos a oír lo que nos dicen en lugar de escuchar lo que nos cuentan, y esto nos hace ver a la persona que tenemos delante como alguien que vive dentro de lo que nosotros “sabemos” que es.

Planteate qué sucedería si, por un momento, apagases el ruido de tus pensamientos y pudieses elegir a alguien para descubrir lo que tantas y tantas veces te has preguntado qué se esconde tras él. Imagina el lugar en el que encontrarte con esa persona sabiendo que tu escucha no va a estar basada en las experiencias del pasado, que el daño sufrido no será un referente en el que apoyar tu mirada. Visualiza el momento, incluso el sitio elegido para hacerlo ¿Has pensado en alguien especial? Si tú respuesta es sí, suelta la mano de esa persona que quieres que te acompañe y dile que espere, pronto volverás a su encuentro.

Ahora es el momento de caminar tú solo hacia ese lugar en el que sabes que estarás dispuesto a escuchar. En él descubrirás tu silencio.

FELIZ ENCUENTRO

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