El Primer Acuerdo

«Sé impecable con tus palabras»

Hace poco más de un mes terminé de leer un libro escrito por Miguel Ruiz, su título es “Los Cuatro Acuerdos”. Trata sobre cosas sencillas, casi diría básicas, pero que muchas veces paso por alto en mi día a día. Su lectura me ha ayudado a ser más consciente de cómo estos Cuatro Acuerdos sirven de herramienta para alcanzar objetivos y, por este motivo, quiero compartirlo. Mientras lo leía, me he visto identificada con muchos de los puntos de los que habla, me ha ayudado a estructurar y analizar momentos ya vividos y sé que me apoyaré en esos Acuerdos para otros instantes por vivir, así que he decidido dedicarle a cada uno de ellos una entradita del blog con la idea de compartir lo que creo haber aprendido y la interpretación que hago de sus páginas. No cabe duda de que lo que escribo es una visión personal de lo que me rodea, ya sea un libro, una circunstancia o una idea, y, por ello, os invito a todos a que lo leáis y extraigáis de él vuestra propia interpretación. Vamos con el primero… Sé impecable con tus palabras.

Las palabras a las que se hace referencia en esta frase no son solo las que emitimos cuando queremos comunicarnos con los demás, abarcan también aquellas que usamos para relacionarnos con nosotros mismos, las que usamos para encontrar sentido a lo que hacemos o las que empleamos para acallar esa parte inquieta de nosotros que nos grita para que avancemos en nuestra propia vida. Podrán ser regalos para los oídos o armas de destrucción masiva, esconder el rencor o preceder a la acción, y todas y cada una de ellas serán nuestras. Nosotros seremos quienes ordenen, codifiquen y verbalicen todas esas palabras para darle sentido a nuestro diálogo.

Me ayuda mucho recordarme a mí misma que todas las palabras que selecciono y a las que les doy protagonismo para argumentar lo que “me quiero contar”, lo hago únicamente desde mi propia lógica, que soy yo la que dirige todo ese batiburrillo de elementos almacenados en mi cabeza para expresarme y, por lo tanto, soy yo la responsable de aquello que digo o escribo.

Muchos años de mi vida he encontrado mil motivos para justificar mi estructura interna al ordenar mis palabras, he tenido excusas muy variopintas… he pasado por el “esta me la paga”, por el “que se aguante. Que yo soy así”, me quedé bastante tiempo con una de mis excusas más usadas, la archiconocida “es que no puedo” y me di alguna vuelta por el “anda y que se joda”, pero todas esas formas de justificarme no eran más que excusas tranquilizadoras para darle validez a una forma de plantearme la vida y mi relación con los demás muy lejana a lo que quería para mí. Eso era lo que sabía hacer en ese momento y tampoco buscaba cambiarlo, porque un cambio hubiese supuesto saber algo que en aquel entonces desconocía. Sentirme enfadada con el mundo y víctima de mis circunstancias se había convertido en mi forma de vivir y ese “modus vivendi” validaba todas las justificaciones que mi cabeza formaba para no sacar los pies del tiesto. En ese momento era incapaz de ver que, si no era parte del problema, jamás podría formar parte de la solución, y estaba tan acostumbrada a eso que, cuando la gente me preguntaba ¿qué tal? era capaz de contestar con un enérgico ¡bien, no me puedo quejar! Y pienso que hasta me lo creía.

Encontré infinidad de seguidores del club de fans de “qué le vamos a hacer si la cosa está así” y cada vez que nos juntábamos dedicábamos ratos de nuestros encuentros a despotricar sobre las situaciones que vivíamos o la gente que nos rodeaba. Me daba la sensación de que, si toda esa gente aguantaba situaciones que les llevaban a soltar cada dos por tres un “estoy hasta los huevos”, yo estaba en todo mi derecho de estar “hasta los ovarios”.

Para todo esto que os cuento usaba palabras. Tanto para justificarme a mí misma como para relacionarme con los demás, utilizaba exactamente los mismos recursos que empleo ahora  para escribir esto. Lo único que ha cambiado son los filtros que utilizo para su colocación. Simplemente eso. Y, aun siendo consciente de que hay mucho en lo que trabajar, sé que hoy estoy más cerca de mí misma de lo que estaba en ese entonces.

Hay veces en las que me descubro instalada en ese formato de crítica, pero me gusta ser capaz de identificarlo y, desde la aceptación del momento, trabajo en ello para no quedarme en eso que sé que no me lleva a donde quiero estar.

El adjetivo empleado para este primer Acuerdo es “impecable”. Tal y como se explica en el libro, es una palabra que proviene del latín y significa “sin pecado”. Tendemos a identificar estos términos en un ámbito religioso, pero en este contexto lo único a lo que se refiere es a no hacer nada que vaya en contra de ti mismo. Cuando eres impecable, asumes la responsabilidad de tus actos.

Ser responsable nada tiene que ver con ser culpable, la culpabilidad no es más que un castigo que nos autoimponemos después de habernos juzgado y sentenciado por aquello que hemos hecho, y lo utilizamos como excusa recurrente para fijar nuestro foco de atención en todas nuestras torpezas o fracasos en lugar de enfocarnos en todo lo que podemos hacer para alcanzar nuestros objetivos.

Mucho tiempo he sido la mejor de las juezas, me he creído conocedora de todas las leyes y he decidido, yo solita, qué parámetros iban a ser considerados eximentes o agravantes. He sentenciado con una facilidad pasmosa, me he sabido justiciera de mí misma y de todos los que, bajo mi único criterio, no han sido capaces de ajusticiar; con ese abanderamiento me he sentido portadora de la verdad. Dictar sentencia hacia mí misma no me hacía fácil el avance, pero lo peor de todo, es que también me he creído capacitada para juzgar a los demás.

Ahora tengo la suerte de no juzgarme. Me costó mucho no hacerlo. Las horas de experiencia que tenía en ese formato justiciero eran infinitas, pero he llegado a entender que nunca podré dar aquello que no tenga, que jamás haré algo que no sepa y que “no saber”, nada tiene que ver con “no poder”. Lo más liberador de verse así a uno mismo es que redescubres a quienes te rodean, porque, igual que tú no te juzgas, tampoco juzgas a otros.

Ese cambio en mi forma de entender cómo paso mis días y cómo cometo errores ha tenido mucho que ver con el diálogo interior del que os hablaba al principio.

Detrás de las palabras escondemos la intención, no olvidemos que nuestra libertad acaba donde comienza la de la persona que tenemos al lado.

Os animo a que probéis a dejar de ser jueces de vuestra vida para convertiros en protagonistas de vuestra historia.

4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Nada mejor que tomar las riendas de nuestro propio destino.
    ¡Muy bien por ti! Vas a ser la luz que ilumine muchos caminos…

    Me gusta

  2. MARIO GONZALEZ dice:

    Cierto, no es lo mismo culpabilidad que responsabilidad, si nos sentimos responsables, tenemos que aceptar las consecuencias de nuestros errores y eso implica madurez. Si nos sentimos culpables, en vez de aceptar y asumir, nos dedicaremos a autoflagelarnos y sentir lástima de nosotros mismos, con expresiones de queja, autocomplacencia y rabia( » esto no hay quien lo cambie» » siempre me toca lo malo a mí» » que se jodan «), sin darnos cuenta nos estamos haciendo daño, golpeándonos constantemente.
    Es más fácil ser pasivo, no hacer nada, quejarnos,darnos baños de autocomplacencia, lástima y pena, para justificarnos y evitar enfrentarnos a la realidad que luchar y trabajar por salir de esa situación.
    Pero para ello es muy importante hacer un ejercicio de autocrítica, en el que seamos capaces de ver nuestros defectos, pero también ver nuestras virtudes, ya que ellas nos darán seguridad y nos ayudarán a enfrentarnos a situaciones que no nos gustan. En cierta ocasión alguien le dijo a alguien » ¿ eres consciente de la sonrisa tan bonita que tienes? cuando sonries se te ilumina la cara», nadie le había dicho nunca eso y ese o esa alguien nunca había sido consciente de su virtud. A partir de ese día empezó a sonreir más y ese pequeño gesto le fue abriendo «puertas» que no pensaba que fueran para el o ella.
    Nuestras palabras delatan nuestra actitud, mucho más que nuestras acciones o gestos.
    Cuando decimos frases negativas, ( » que le vamos a hacer» » las cosas están así»……), buscamos la aprobación de los demás y así poder tener más fuerza para justificar nuestra pasividad. Que queremos que nos digan ? , la verdad o lo que queremos oir.

    Me gusta

  3. Paloma dice:

    Yo me uno a dejar de ser juez para disfrutar y vivir siendo la protagonista, principal, mi historia. Así que gracias por volver a recordarme lo fácil que pueden ser las cosas cuando cambiamos nuestra perspectiva.

    Me gusta

  4. Diego Perez Redondo dice:

    Me parece muy interesante. Nada como reconocer lo que pasa para poder solucionarlo, si es sobre tu propio yo, el reconocer es un gran paso.
    Enhorabuena

    Me gusta

Deja un comentario