… y me abrazaste el Alma

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Así me siento… envuelta en momentos y sujeta por desvelos. Hoy siento que vuelo y, al mismo tiempo, veo cómo mis pies, firmemente, tocan suelo. Me siento abrazada. No sé si es la Vida o si debería llamarlo sueño, lo único que sé es lo que ES, independientemente de cómo pueda conseguir definirlo. Su máxima expresión es el Silencio.

Hace poco, un amigo me dijo que soy una buscadora de palabras. Le doy la razón. Conozco muchas, pero no las suficientes como para expresar lo que vivo con la claridad que me gustaría. Creo que no solo me faltan palabras, tampoco encuentro un concepto con el que poder abarcar esto. Vuelvo al Silencio.

Me pueden las ganas de compartir con el mundo que es posible ampliar la perspectiva, que cada día tenemos la oportunidad de re-descubrir la Vida.  Para, mira y Ve. Ese es, para mí, el único secreto. La base que entiende la Vida desde un profundo Agradecimiento.

Todos sabemos que no es lo mismo algo fácil y algo sencillo. Fácil es aquello que no conlleva esfuerzo excesivo. Sencillo es lo que no ofrece dificultad.

La Vida es Sencilla, pero tomar conciencia de su natural sencillez no suele resultar fácil. Tendemos a calificarla como dura, que conlleva esfuerzo. Hay quienes la denominan como una mierda (yo misma durante un largo tiempo), y también te encuentras con personas que hablan de ella como un lugar en el que, por cojones, hay que hacerle un hueco importante a la resignación, a la frustración, o a una tristeza tan intensa que no haya lugar ni para un pequeño rayo de ilusión desentrenada.

Nada de lo que interpretemos de la Vida será la verdad… tan solo será la nuestra. Y nuestra verdad es tan mentira como la de otro cualquiera. Eso sí, la nuestra podemos explicarla, nos argumentamos los motivos que nos llevan a hablar de ella en los términos y bajo los criterios que lo hacemos. Nos cargamos de razones que nos llevan a justificar sentimientos y actuaciones, y vamos por la vida dando por buenos todos nuestros estigmas e interpretaciones.

La Vida es mucho más que nuestra forma de vivirla. La Vida no entiende de dogmas. No puede ser mala contigo y tampoco conmigo. La Vida es Vida… nada más. Y nada menos.

Todos nos creemos lo que pensamos. Si siento miedo, pienso que es un miedo real. Encima puedo hasta explicarme por qué lo siento… me apoyo en experiencias pasadas en las que la situación podría calificarse como similar, me refugio en las consecuencias imaginarias sobre lo que me pueda llegar a pasar y le meto algún añadido generado a base de inseguridad. Me escondo. Me escondo mucho y confecciono el cóctel perfecto para quedarme quietecita en el sofá. Si no me muevo dejo de tener la posibilidad de caer al suelo, dejo de arriesgarme a sufrir las heridas del trasiego. Poquito a poco, mi estático sofá me susurra canciones al oído. Quiere que duerma. No le culpo, él sólo quiere lo mejor para mí. Sabe que estar dormida es la forma más fácil de situarme en mis sueños y también la posibilidad más alejada de convertirlos en realidad… dormiré entonces, necesito acercarme a ellos. Cerrar los ojos y dejarme mecer por Morfeo, caer rendida ante el encanto de mis sueños. Imaginarlos e ilusionarme siempre con ellos. Cerrarme las puertas a crearlos. Quedarme en el no puedo sabiendo que el no sé es lo único cierto…

Hay ocasiones en las que el Despertador de la Vida toma formas inexpertas, disfrazándose de tragedia o enfermedad no esperada, de engaño o desde  hostia en toda la cara. Su apariencia nos engaña, parece que viene a hacernos daño, pero su función es la misma que la del que suena para espabilarnos cada mañana… Despertarnos para ponernos en marcha, para dejar de soñar con la Vida y aprender a ponerla en práctica.

Es verdad que si la alarma que suena lo hace con un tono muy elevado y se acompaña de una melodía que suene a todo menos a compás de calma, nuestro Despertar se convierte en algo abrupto y descontrolado. Nuestra facilidad para Despertarnos también depende de lo cerquita que tengamos la Alarma… no es lo mismo que quien se pone enfermo sea tu vecino del quinto que que seas tú mismo. La enfermedad puede ser igual, pero jamás se parecerá la forma en la que tú la vivas. Parece lógico, ¿verdad? Pues anímate a aplicarlo a cada uno de los hechos de la Vida. Lo mismo cambia tu perspectiva…

Alguna vez me he creído capaz de dejar de sentir como sentía. ¿Qué me cagaba de miedo? Pues yo hacía como que no. ¡Yo tenía que ser valiente! Lo mismo podía hacer con cualquier otro sentimiento que me rondase: tristeza, rabia, ira, frustración o alegría. Si no tocaba sentirlo, me convencía de que lo que habitaba en mí, no existía.

Miro hacia esa etapa de mi vida y siento una profunda Compasión. Me descubro en ella.

Ahora entiendo cosas que antes me parecían inasumibles, imposibles, etéreas. Toco la intangibilidad de mis pensamientos y de lo que siento. Me Veo gracias a ellos. Y tomo conciencia de que no soy ni lo que pienso ni lo que siento. Soy lo que Soy. Lo demás es lo que pienso y lo que siento.

Sé que mucho de lo que nos ronda por la cabeza es dificilísimo de poner en duda. Pregúntate quién eres… ¿Sabrías contestar?

Para hacerlo, necesitamos vincularnos a lo que pensamos sobre nosotros mismos, necesitamos tirar de nuestra historia o incluso de lo que poseemos. Pongamos un ejemplo: Soy Pablo, soy arquitecto, soy el padre de Juan y soy el dueño de mi propia empresa. Todos comprendemos perfectamente este mensaje, es una definición para situarnos en un entorno social, para colocarnos en “el lugar que nos corresponde”. Hasta ahí todo perfecto, es nuestra forma de relacionarnos con el entorno en el que convivimos. El problema surge cuando nos creemos que somos –únicamente- lo que estamos contando que somos. Si yo soy arquitecto, el padre de Juan y el dueño de mi propia empresa, ¿qué ocurre cuando dejo de ejercer mi profesión, mi hijo deja de estar a mi lado y se hunde mi empresa? ¿He dejado de Ser?

Todos utilizamos etiquetas con las que definir nuestro entorno, para catalogarlo como bueno o malo, prudente, innecesario… lo hacemos constantemente. Pese a la enorme utilización que le damos a este recurso tan propio del ser humano, me parece importante darnos cuenta de cómo nos relacionamos con «las etiquetas», porque hay veces que nos las creemos tanto, tanto, tanto, que se convierten en una manera de relacionarnos, también, con nosotros mismos.

No es lo mismo Ser malo que cometer un error. Distingamos el Ser del hacer.

Creo que hay Algo que va más allá de cualquier historia que nos contemos. Algo que cura heridas y hace menos profundas las llagas. Algo que convierte los mares embravecidos en remansos de agua en calma. Algo que abriga el frío, que reconforta la falta. Que me regala momentos presentes y aleja ilusos anhelos. Hay Algo que se escapa de lo que sé o de lo que entiendo. Algo que no sabe definir esta buscadora de palabras. Ése Algo me da cobijo… me abraza el Alma.

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