No dejes nada en el tintero

no-te-dejes-nada-en-el-tintero-2

Hace unos días se puso en contacto conmigo alguien de quien no sabía nada desde hacía 12 años. Fue un reencuentro especial. Él fue un apoyo importante en una etapa francamente complicada de mi vida. Nuestros destinos se cruzaron en la Academia donde estudié y me formé para ocupar el puesto que desempeño en la actualidad. Él fue uno de mis instructores y, sin él saberlo, también una de las personas que me hicieron ese tiempo mucho más llevadero.

Volver a saber de Juanjo me ha encantado. Me ha hecho recordar momentos en los que me sentí apoyada gracias a una simple mirada y otros muchos en los que fue el motor de arranque de mis sonrisas.

Le llamé por teléfono en cuanto recibí su mensaje, me pareció un regalo volver a saber de él. Hablamos poquito porque el tiempo me apremiaba, pero escucharle hablar y saber que está bien me amplió la sonrisa de aquella tarde. Mientras hablábamos, me contó algo que yo no recordaba… una nota que le entregué para darle las gracias por el tiempo de Academia que compartimos. Al ratito, me envió las fotos de esa nota por Whatsapp.

Releí las palabras que yo misma escribí – y no recordaba – con mucha ilusión y cierta nostalgia. No era una nota cuidada en apariencia. Fue escrita en papel de libreta de las que caben en cualquier bolsillo, ni siquiera recorté los bordes irregulares que quedan al arrancar las hojas, no cuidé el detalle, lo escribí porque lo sentí y se lo di. Sin más.

Hoy en día ratifico cada una de aquellas palabras. Me siento igual de agradecida a lo mucho que me ayudó a sobrellevar un día a día complicado, y le añado el agradecimiento que siento al ver que nuestros caminos se cruzan de nuevo y también el que me produce saber que una nota escrita desde el profundo agradecimiento cala en alguien tanto como para guardarla consigo durante doce años de su vida.

Siento que la Vida va mucho de eso, de decir Gracias cuando las sientes, de retomar el contacto simplemente porque te apetece, de decir te quiero cuando surge y no cuando toca, de soltar un lo siento sincero, de no buscar que quien nos escucha reaccione para cubrir nuestras necesidades, de abrirnos a dar sin pensar en recibir. De mostrarnos en Esencia y no en apariencia. De escribir cada uno de nuestros días usando toda la tinta que queramos del tintero. De no dejar que se sequen los sentimientos porque nunca nos atrevimos a darles forma de palabra o de hecho.

Yo he dejado mucho por decir y otro tanto por hacer, no siempre me he permitido ser honesta conmigo misma, me ha dado miedo. He dado por hechas las consecuencias imaginadas de lo que mis palabras podrían llegar a generar y me he quedado callada. He preferido no arriesgar porque mis miedos, mis creencias y mis pensamientos han sido mayores que mi deseo de reflejar mis sentimientos. Ha sido así durante largo tiempo y, a día de hoy, todavía existen momentos de duda y retroceso, pero lo que ha variado es mi forma de verlo. Puede que no diga todo lo que me gustaría; que ajuste mi discurso a condicionantes externos, pero veo lo que me condiciona a dejar de decir lo que siento y hago mía la responsabilidad de dar mis condicionantes por buenos. Sé que siempre soy yo – y nada ni nadie más que yo – quien decide no traducir a palabras o a hechos mis sentimientos.

¿Alguna vez te has quedado con las ganas de decirle a alguien te quiero? ¿Se te ha pasado por la cabeza que el momento en el que estás es la única oportunidad que tienes para hacerlo?

De este tipo de cosas tomas conciencia enseguida cuando te diagnostican una enfermedad que puede poner fin a tu vida. Te entra prisa por dejar constancia en quienes te rodean de lo importantes que son para ti. Decides abrazar sin necesitar justificante. Conviertes cada Encuentro en algo más que un hecho y pasas a mostrar lo que Eres en lugar de lo que haces o lo que tienes.

Recuerdo que, cuando me diagnosticaron el aneurisma, sentí que había muchas palabras que se merecían la oportunidad de ser dichas. Me abrí a ellas y a todo lo que de mí redescubrían. Aprendí de mis miedos y también de mis dichas, de mis hallazgos y de mis desencuentros. Me abrí a Vivirme en mi propia Vida. Sé que no soy capaz de reflejar en palabras todo lo que significa para mí ese descubrimiento, no encuentro cómo abarcarlo por completo, pero sé que, gracias a ello, hago cuanto puedo para no dejarme nada en el tintero.

Creo que decir Gracias es un fantástico regalo que te haces a ti mismo. No me refiero al formalismo que nace de la educación aprendida, sino a ese profundo agradecimiento que genera el corazón y que no entiende de si procede o no sentirlo.

Lo mismo pasa con los te quiero, lo siento o los quiero estar contigo. No dejes de decirlos por esperar a que llegue el momento perfecto. Si lo sientes… dilo.

Hay una frase que dice que morimos a los 25 y nos entierran a los 75. Podemos jugar con los años arriba o abajo, pero creo que hay cierta tendencia a que así sea. Hay personas que parecen muertos en vida. Su apariencia no se asemeja a la de los zombis de las películas, de hecho, yo he visto a algunos vestir de traje impecable y caminar erguidos, sin arrastrar los pies. Y sin embargo, viviendo alejados de la Vida.

Vive y deja Vivir. Siente y deja Sentir. Vívete en tus sentimientos y siéntete en tu Vida. No esperes el momento perfecto para decir lo siento. Descúbrete a ti mismo antes de querer descubrir al resto. Salta a los mares para convertirte en navegante y atrévete a escribir palabras que lean quienes te acompañen. Date la oportunidad de no dejar que se seque la tinta, escribe lo que sientes y siéntete en las palabras que escribas.

No dejes de alimentar tu pasión por vivir cada día, ciérrale la puerta a la opción de convertirte en un muerto en vida.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Raquel dice:

    Gracias por apelar a mi autenticidad, que placer leerte, que fuerza me transmite tu final de esta entrada, me pone en posición de marcha, de acción, sin contener la postura.
    Gracias de nuevo y un abrazo.

    Me gusta

Deja un comentario