Sin control

Intentar tener bajo control nuestra vida es una de las razones que nos llevan a actuar como lo hacemos. El control  es un formato creado por nosotros mismos en el que el referente es mantener el orden establecido, ceñido a estándares y formado por creencias y valores. El control es una forma más de intentar cubrir una necesidad inherente al ser humano: encontrar el sentido.

Estamos diseñados para optimizar el uso de nuestros recursos y, debido a eso, nos ubicamos en un mundo de rutinas donde la necesidad de sentir que controlamos nuestro entorno se convierte en una de las más arraigadas.

Necesitamos tener nuestra vida bajo control aunque sabemos que es imposible conseguirlo. Creamos una necesidad de algo inalcanzable. Actuamos tratando de colocarlo todo en el orden que nos parece correcto. Organizamos nuestras piezas del rompecabezas como nos parece más apropiado para resolverlo y miramos a quienes las colocan en un orden distinto convencidos de que el suyo no tendrá sentido, pero sí el nuestro, que para algo nos estamos esforzando tanto en colocarlo “como hay que hacerlo”.

A mí me encanta la sensación de creer que todo está bajo control. Me gusta mucho ver cómo van llegando, una a una, todas las cositas que tengo planeadas. Sin sobresaltos. Que vaya saliendo todo según lo previsto. Llevo fatal lo de encontrarme con sorpresas de última hora con las que no cuento y, más aún, cuando éstas son malas. Creo que acierto si digo que no soy la única a la que le pasa.

Soy consciente de que hay muchos aspectos de mi vida que trato de controlar por inercia, no me doy ni cuenta, me sale solo. Muchas veces me parece inevitable intentar tenerlo todo bajo control, hacer lo máximo posible para que nada falle, pero la verdad es que no tengo ni idea ni de cómo definir ese control que tanto creo necesitar. Intento explicármelo encajándolo dentro de una forma explícita, determinada, pero me doy cuenta de que no cabe en ninguna de las que conozco.

Me gustaría saber qué es lo que busco cubrir bajo la necesidad de control, pero… ¿cómo lo hago? Puuffff, es que, realmente, y aunque me cueste admitirlo, no lo sé… creo que lo más honesto sería admitir que esa necesidad mía de controlar es una de las maneras de ponerle nombre al miedo que me da que las cosas no salgan como a mí me gustaría. Nada más que eso, pero me fastidia reconocerlo, prefiero explicarme que es una necesidad que todo el mundo tiene, que si no lo hago mi vida sería un caos (como si no lo fuese ya), en fin… que me parece más sencillo fijarme en los ¿por qué? en lugar de en los ¿para qué?

Tratar de tener el control es una forma de pensar que hago todo lo posible para que la vida sea de color rosa, y encima, del rosa que yo quiero. Es construir una vía de acceso directo a un ideal del mañana en el que no quepan el dolor o la pena aun cuando sé que ambos son inevitables ¿Utopía? Puede, pero sigo necesitando creerme que puedo llegar a certificar mi destino incluso cuando sé que lo que yo haga poco o nada tendrá que ver con lo que la vida quiera depararme. Ella no va a bailar al ritmo que yo le marque, soy yo la que deberé adaptar mis pasos a su melodía.

Si yo hubiese controlado – de verdad –  mi vida, no habría incluido en mi historia personal capítulos de sufrimiento, frustración o enfermedad. Directamente me los hubiese saltado para llegar antes a los que cuentan dulces relatos de dicha y felicidad, pero la vida no va de palabras que rutilan tras anhelos e ilusiones, la vida va de darnos la oportunidad de vivirla, de agradecer a cada capítulo de nuestra historia que nos empuje a escribir el siguiente y permitirnos el placer de aprender a leer entre sus líneas.

Nuestra necesidad de control cabalga a caballo por todos los caminos en los que vemos la oportunidad de hacerlo. La ponemos en práctica al elegir estudios, amistades, pareja, trabajo, el barrio en el que vivir… y también en otros aspectos mucho más cotidianos. Pensamos y actuamos dirigidos hacia la consecución de nuestro objetivo: que todo marche según lo previsto.

El problema viene cuando dudamos sobre si lo que tenemos planeado conseguir se ciñe a lo que de verdad somos o si lo hace para conseguir pulir nuestra forma original y adaptarla a “la que nos toca”. Ahí es donde se complica más aún la cosa… cuando comienzas a plantearte si de verdad tiene sentido trabajar para alcanzar algo que poco o nada tiene que ver contigo.

Somos una especie muy bien mandada. Obedecemos a los criterios socialmente establecidos y propios de cada época o del lugar donde residimos con gran facilidad. No somos muy complicados de organizar por escalas administrativas, religiosas, culturales, monetarias, políticas, deportivas, familiares, actitudinales, profesionales, relacionales… todos formamos parte de distintos grupos y nos adaptamos a ellos según nuestra necesidad de pertenecer a unos o a otros. Incluso los que creen que no encajan en ninguno de  los grupos  “normalizados”, tienen cabida en algún colectivo al que poder colocar etiqueta, así que cambiaríamos la pluma por el boli bic y les pasaríamos al grupo de “los inadaptados”.

Todos nos adaptamos a una forma más o menos “estandarizada” de vida. Todos pulimos partes de nosotros para tratar de encajar mejor en los espacios en los que queremos hacerlo, pero hay veces en las que esas modificaciones que realizamos sobre lo que somos tratando de amoldarnos a lo que “debemos ser” nos convierte en sufridores de vida. Y la vida no está diseñada para ser sufrida, lo está para ser vivida.

Cambiar la forma en la que estamos acostumbrados a caminar por la vida supone dejar de tener ¿“control”? sobre ella, y eso nos aterra. No nos planteamos cambiar muchas cosas de las que llevamos quejándonos años solo porque la sensación de no controlar sus consecuencias, directamente, nos acojona. Preferimos seguir quejándonos de toda la mierda que “nos toca” tragar antes que darnos la oportunidad de optar por una opción distinta a la que ¿¿¿controlamos??? Quizás sería más acertado escribir que es a la que “estamos acostumbrados”, pero, claro, pica mucho admitir que somos nosotros los que decidimos actuar como actuamos.

El control es un escudo casi infalible para protegernos de cualquier opción de cambio. Eso sí, siempre y cuando esa necesidad de cambio a la que nuestra necesidad de control ve como al enemigo, no esté ya dentro de quien porta el escudo. Entonces no hay nada que hacer, poco a poco el guerrero posará sus armas en el suelo y se mostrará dispuesto a aprender todo lo que la vida tiene preparado para él.

Ladeé mi escudo hace tiempo, pero lo mantengo cerquita por si mis miedos me hacen parapetarme tras él. Aún no me siento con fuerza para dejarlo atrás. Todavía veo en él recursos que no he encontrado en mí: Valentías anheladas que aún no sé dónde se encuentran, pero que soy capaz de sentir, así que me sitúo lo más cerquita que puedo de ellas, porque sé que son ellas las encargadas de aportar luz a mis propias sombras, esas que me gritan cargadas de miedos e inseguridades para que camine siempre detrás del escudo del control, bajo su protección. Creen que sin él yo no soy más que un blanco perfecto, por eso me piden que no le deje a un lado.

Sé que ellas tratan de protegerme, pero me pregunto de quién…

¿Será de mí?

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