Entre el Amor y los juicios

Juicios

Mentiría si dijese que yo no emito juicios. Evaluar lo que ocurre se me da de maravilla, me sale en automático. Identifico perfectamente si lo que veo me parece una mierda o me encanta. Vamos, que consigo separar, sin la menor dilación, lo que me gusta sentir de lo que no.

Me considero diestra en el arte del sentir facilón, del convaleciente. Del sentir capaz de rechazarse por miedo a que le cale la intensidad con la que aparece; del que pretende ser siempre bonito y, cuando no lo consigue, tan solo quiere desaparecer o que, al menos, alguien le anestesie.

Cuando me quedo en este torpe modo de sentir, según aparece en mi escenario una realidad que no me gusta, lo primero que hago es coger mi entrada, levantar el culo de mi asiento, y hacer cuanto puedo para encontrar un teatro donde interpreten la obra que yo quiero ver y no el truñaco que tengo delante. Casi nunca lo consigo.

Reconozco que a veces me cabreo mucho con lo que veo, en otras me entristezco, y en algunas incluso llego a pensar que hay Personas que son gilipollas porque no entiendo –ni de lejos- su actitud o su forma de pensar. Cuando siento eso me pongo irascible, saco de paseo mi lado más desagradable, y le añado un puntito canalla y chulesco que bien podría hacerme merecedora de una cremallerita en la boca.

Pero bueno, qué se le va a hacer si así estoy y así me muevo por el mundo.

Voy sintiendo en relación a lo que veo, juzgando y separando lo que está bien de lo que no está como yo quiero. Y sufriendo por ello. A veces mucho. Sé que hacerlo así en ocasiones consigue romperme pero yo, aún sabiendo cómo funciona mi sufrir, continúo con ello. Así que nada, ahí sigo, dándole a esto de sufrir por sufrir, aunque sea a ratitos. Lo peor de todo, que no puedo hacer nada para cambiarlo. Tampoco quiero.

Sé que no querer cambiar lo que parece una razón para sufrir suena loco, pero es mucho más loco hacer lo que yo hice durante años: Mentirme. Querer que no estuviese lo que Veía en mí, no pensar lo que no quería pensar (y pensaba) y no sentir lo que no quería sentir (y sentía).

Durante mucho tiempo huí de mis sombras por miedo a conocerlas, así que también me alejé de la posibilidad de conocer la luz que habitaba tras ellas. Me acostumbré a Vivir rechazando lo que pensaba o sentía por temor a desCubrir quién Era -con todas mis vulnerabilidades, sí, pero también con muchas fortalezas-. Me quise creer que había partes de mí que no estaban. Eso sí que fue duro. Por eso, cuando me di cuenta de que para Vivir no hace falta luchar, de que existe la posibilidad de soltar y rendirse, ni lo dudé.

Ese es el tipo de rendición al que hoy quiero invitarte. La desCubrí hace poquito. Te adelanto que no tiene nada que ver con caer derrotado. Es más bien al contrario, tiene que ver con disfrutar de libertad. Es el tipo de rendición del que me gusta convertirme en usuaria cuando asoman por mi cabecita los juicios pretendiendo que la Vida se convierta en un campo de batalla. Cuando ellos aparecen, mi primer impulso es el mismo de siempre: oír cómo se justifican y terminar dándoles la razón. Así que lo hago, sí, les doy la razón, pero voy un pasito más allá de lo que iba antes: les abro mi Corazón y Permito que pasen porque entiendo perfectamente por qué aparecen, qué es lo que justifican y lo normal que es sentir lo que sienten.

Mis juicios me hablan de dolor, lo que buscan es consuelo, así que lo único que me queda es dejar que se reConozcan y encuentren el equilibrio mi Corazón y mi cerebro. Por eso Acepto cada juicio que aparece. Me abro a ellos para que me cuenten y, mientras lo hacen, acuno con Amor el lugar de mí desde el que nacen. Eso es la rendición para mí, Permitir que lo que estoy sintiendo invada cuanto tenga que invadir, que me cruce hasta la médula.

Los juicios en esto son grandes Maestros, llegan hasta el higadillo y me permiten reConocerLes y AprenderMe. Cuando les abro mi puerta la cruzan y se dejan explorar. Así consigo Saber de qué se alimentan, qué buscan y a qué le temen.

Sé que no son ellos los encargados de contarme todo eso. Soy consciente de que soy yo quien lo desvela cuando depongo mis armas, dejo de luchar, y me Dejo Vivir. Soy yo, sí, rindiéndome ante Mí, ante el Amor de verdad, el que abraza con ternura mis miedos. Si dejase de rendirme como lo hago, si me mantuviese lejos de mis juicios por el dolor que siento al mirar lo que no quiero Ver -y mucho menos Asumir-, me perdería una Oportunidad jodidamente bonita, intensa y real de AprenderMe, continuaría rechazando espacios de mí, y volvería a necesitar que otros me quisiesen muchísimo, tanto como para convencerme de que se puede llegar a querer lo que yo no consigo .

Es duro rechazar lo que sientes, lo sé. Pero también Sé que Amarlo es sencillo. Es tan sencillo como reConocerte y Dejarte Sentir. Así de simple, de potente y de bonito.

Muchas de las Personas con las que Comparto este tipo de reflexiones, cuando lo experimentan, se plantean por qué, si nos sentimos tan libres y tan felices al hacerlo, no nos Permitimos Ser  siempre quienes Somos.

La respuesta es muy sencilla: nos da miedo habitar en la parte de nosotros que no sabemos explicar, la que se nos muestra cuando nos Permitimos dudar de la veracidad de nuestros miedos, cuando soltamos la lucha y nos rendimos.

Yo hace cuatro años que toqué por primera vez el tipo de duda al que me refiero. Es el tipo de duda a la que no le da miedo la falta de sintonía entre lo que piensas y lo que Experimentas, la que no etiqueta lo que sientes como «única posibilidad». Es el tipo de duda que se rinde ante la evidencia de lo que Eres y Permite que Te invadas –de Ti- hasta la médula. Es la que se genera desde el Corazón hacia fuera. La que cruza lo que piensas dejando huellas y despierta el olor a lluvia en la tierra seca por saberse agua capaz de avivar hogueras. Es la duda honesta. El «No Sé» abierto a lo que venga. El me río porque no tengo ni idea.

A este tipo de duda es al que hoy te invito a que le abras la puerta y que, a su vez, invites a tus juicios a que pasen por ella. A todos. Sean como sean. Da igual que estén vertidos sobre Personas, circunstancias o consecuencias. Eso sí, debes tener en cuenta que, una vez la abras, es muy probable que ya no puedas cerrarla.

Has de tener claro que esta puerta abierta conlleva libre tránsito, tanto de dentro hacia fuera como de fuera hacia dentro, por lo tanto, has de Permitir que salga lo que quiera salir. No te creas el miedo que aparece cuando ves que la cruzan Personas a las que quieres o las cosas que más valoras, no son ellas las que lo hacen. Lo que va a deambular libremente por ti es tu forma de relacionarte con ellas. Recuerda, es una puerta abierta en ti. Tú eres el principio y el único fin.

Si estás dispuesto a hacerlo, adelante.  En la Vida que Eres no existen fronteras.

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