Miedo al miedo

El miedo tiene la capacidad de alimentarse de sí mismo. Puede crecer hasta convertirse en casi inabarcable, en algo tan grande que nos sintamos incapaces de dejarle de temer. El miedo da miedo, y eso puede asustarnos tanto como para creernos mucho más pequeños que él. De esa creencia se nutre y es ella la que le permite crecer. Así siempre podrá vencernos. Y nosotros, nos limitaremos a perder.

Cuando el miedo da la cara nos cuesta mirar hacia él.

Muchas veces somos conscientes de en qué partes de nosotros se apoya para crecer, pero son de las que nos duele Ver, así que preferimos no mirar hacia ellas. Podríamos nombrar algunas de las más conocidas, como la inseguridad, la falta de confianza en nuestras capacidades, el pavor que nos da que alguien deje de vernos como “imprescindibles”, o que el “enemigo” descubra alguna que otra “debilidad”, pero todas ellas son harina del mismo costal… partes de nosotros QUE ESTÁN y que, indistintamente del nombre que las defina, son las encargadas de hacer crecer al miedo hasta convertirlo en un bastión lo suficientemente grande como para conseguir esconderse detrás. Ellas son unas de las beneficiadas de que veamos al miedo como un límite infranqueable y, sobre todo, muy real.

La mente tiene la capacidad de alertarnos de los peligros vitales a través del miedo, pero nos olvidamos de que también aloja la posibilidad de discernir entre el peligro imaginado y el real. Llevamos toda la vida contemplando al miedo como una amenaza, como algo contra lo que hay que luchar si lo que queremos es avanzar o llevar adelante ciertos cambios, pero yo creo que eso es tan solo una forma de interpretarlo.

¿De verdad crees que puedes embarcarte en una lucha encarnizada contra algo que está en ti y pensar que saldrás indemne del enfrentamiento? Te entiendo si tu respuesta es un sí. Nos han educado para eso, para luchar contra nosotros, no para Vernos.

Hace un tiempo descubrí que, cuando el miedo asoma, también puedo permitirme Verlo. Esto no lo hace desaparecer y tampoco lo disfraza con piel de cordero, pero sí que me permite conocerlo y dejo de sentirlo como algo tan fiero.

Creo que, el que más o el que menos, de pequeño – o de mayor -, ha sentido miedo de fantasmas inventados que nunca fueron confirmados, pero que, alimentados por el mismo miedo que los creó, consiguieron anclarse en el tiempo y en la imaginación. En mi caso, mi miedo adquirió forma después de ver esa película en la que una niña que vomita es capaz de bajar las escaleras de su casa haciendo el pino puente mientras se le descoyunta el cuello. Tras verla, sentí el miedo que me daba imaginarme que esa niña pudiese aparecer debajo de mi cama, y, aun sabiendo que era una película inventada, comencé a tener miedo por las noches y a sufrir cada madrugada. Me aterraba tanto encontrármela, que no era capaz de abrir los ojos y descubrir que no estaba. El miedo me paralizaba, y la mera posibilidad de mirar hacia el hueco que había entre mi cama y la pared me aterraba tanto que ni lo intentaba. Prefería quedarme con las noches en vela y con el mal cuerpo que se me ponía cada vez que mi madre me decía “Gema, vete a la cama”.

El miedo tiene la capacidad de retroalimentarse, es verdad, pero no puede hacerlo por sí mismo. Necesita de un anfitrión que le acoja como huésped, que le dé cobijo y que le alimente, así que en nuestra mente ve un lugar perfecto en el que alojarse y comenzar a crecer. En ella encuentra a alguien que le entiende, que le da la razón y que le alimenta a base de esas partes menos bonitas que todos tenemos y que nos aterra que se lleguen a Ver. Basamos su alimentación en nuestras sombras y así le hacemos grande. Cuanto más oscuro le veamos, más infranqueable nos parecerá.

A día de hoy no creo que la opción de elegir sentir miedo o no sentirlo sea una realidad para mí. Me explico… cuando lo siento, puedo tratar de  hacer como que no está, pero de ahí a que desaparezca, existe una enorme diferencia. También puedo intentar que los demás no se den cuenta de que lo tengo, pero eso tampoco lo ahuyenta. Para mí, el miedo está cuando está y no creo que rechazarlo sea la mejor forma de afrontarlo. Si decido no permitirme Verlo y miro hacia otro lado, continúo alimentándolo. Puede que el nombre del menú que le ofrezco haya pasado de ser inseguridades a cabreo o resentimiento, pero, al fin y al cabo, le sigo nutriendo a base de ellos. Tengo claro que si mi miedo se siente atacado, si sabe que busco hacerlo desaparecer, lucha para defenderse y permanecer. Él quiere estar ahí, protegiéndome incluso cuando siente que su amenaza soy yo misma.

No voy a decir que me guste sentir miedo, de hecho, no me siento cómoda sintiéndolo, pero reconozco que hace tiempo que dejé de verlo como al enemigo. Gracias a él consigo Ver partes de mí que no afloran si él no está allí. Es verdad que no son de las que me gusta encontrar, así que no es sencillo colocarme frente a ellas. Podría etiquetarlas como necesidades que me cuesta asumir, como dudas y desencuentros que me duelen al verlos y que brotan en mí porque alguna vez decidí cultivarlos lo suficiente como para que, a día de hoy, sigan teniendo raíces.

Cuando miras así al miedo le dejas de temer, pero no porque quieras dejar de sentirle, sino porque te abres a aprender de él y así, para mí, pierde su fiereza. Cuando lo Aceptas como una parte de ti y no como algo de lo que huyes. Cuando le abrazas y le permites que te muestre todo lo que tanto temes Ver.

Al fin y al cabo, el miedo que nos bloquea, no entiende de edad. Da igual que sea el huésped de una niña de 10 años que el de una que roza la cuarta decena ya. La forma en la que se retroalimenta es siempre igual: a base de sí mismo, de nuestra incapacidad para mirarle permitiéndonos Ver más allá.

Hay veces en las que el miedo crece tanto que mires hacia donde mires… le Ves. Yo he vivido esa experiencia y sentí un miedo tan profundo, tan intenso, que no vi más opción que mirarle a los ojos y dejarme arrastrar por él. Me sumergí para empaparme de todo lo que me mostraba, de la pena a la que me acercaba. Y me fui aproximando a él e igualándome en altura. Fue un miedo surgido por sentir cerquita a la muerte, pero no puedo colocar ahí su punto inicial. Su origen dejaba de lado a mi posible muerte. Ella no me servía para encontrar culpable al aneurisma cerebral que me diagnosticaron, mi miedo no se generó allí, ya estaba de antes. Pero fue el temor a morir el que me envolvió lo suficiente como para darme permiso para Verme a través de ese intenso miedo. Él me mostró mis reproches y mis arrepentimientos, puso sobre la mesa todo lo que pospuse por temor a él y me hizo sentirme pequeña por lo que nunca llegué a hacer. Él me hizo ser consciente de cuántos lo siento y te quiero no dejé que saliesen del tintero y me permitió Verme y Aprender de todo ello.

«Al igual que el contenido no puede ocupar más espacio que su continente, tampoco el miedo tiene la capacidad de ser más grande que quien lo siente.»

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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. pablo dice:

    El miedo, el miedo, Gema y cuando el dolor o el sufrimiento te debilita y aparece el miedo eres incapaz de luchar y llega el panico…me pasa eso a mi.

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  2. Juan Vallecillo dice:

    Éste escrito es muy bueno.

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