El Cuarto Acuerdo

“Haz siempre lo máximo que puedas”

Durante mucho tiempo he creído que las frases de este tipo tenían mucho que ver con una entrega incondicional hacia los demás. Hoy en día soy capaz de ver que, en eso que yo llamaba incondicionalidad, escondía muchos objetivos, así que, de incondicional, tenía poco.

Mi forma de relacionarme con aquellos que yo veía “necesitados” de una mayor atención por mi parte, incluía una necesidad de sentir que estaba siendo buena. La bondad que me habían inculcado desde pequeña estaba basada en el dar sin recibir nada a cambio y en la entrega de toda tu energía hacia aquel que estaba necesitado de ella, pero no explicaba nada sobre cómo ser capaz de recargarse a uno mismo.

El ejemplo que tenía en casa a diario era el de una madre de las que entendían que las necesidades de los otros estaban siempre por encima de las suyas y que se entregaba a los demás aunque eso la dejase exhausta, y lo hacía así porque su forma de entender la bondad era que el bienestar de los demás debía anteponerse al tuyo aunque eso llegase a agotarla.

Las enseñanzas que recibí sobre lo que era ser bueno y hacerlo todo sin esperar nada a cambio, las debí de entender raro, porque intentaba hacer eso de entregarme incondicionalmente a quien lo necesitaba (es más, incluso llegaba a decir que no esperaba nada cuando sí que lo hacía), pero detrás de esa no-intención había una lista de motivos que me llevaban a actuar de una determinada manera, es decir, buscaba mi recompensa.

En este Cuarto Acuerdo he entendido un modo distinto de entregarte a los demás. Una forma en la que la recompensa no es el objetivo.

Muchas veces, cuando he aportado mi energía a un propósito de otra persona, me he enfadado si aquel a quien ayudaba no conseguía su objetivo o si he creído no recibir un agradecimiento acorde a mi esfuerzo, incluso he llegado a creerme que, si yo había ayudado a alguien en un momento determinado, entonces yo “tenía derecho” a ser ayudada por esa persona si lo necesitaba e incluso me he sentido decepcionada si no lo han hecho como yo quería.

 Ahora soy consciente de que esa manera de ayudar buscando la recompensa tenía mucho que ver con cumplir con el canon establecido, con esa forma de ayuda a los demás aunque eso me supusiese, en algunos momentos, la ayuda hacia mí misma.

Cuando pones en práctica eso de lo que habla el Cuarto Acuerdo, haces lo máximo que puedes también contigo, ahí ya no tiene cabida el que los demás te identifiquen como una buena persona o no, eso deja de tener relevancia. Aquello que tú hagas no estará bien ni estará mal, no existirá el juicio, porque siempre será lo máximo. Existirá la Aceptación, esa que se puede escribir con mayúsculas porque lo abarca todo y que te lleva a esa Paz que sientes cuando aquello que haces tiene que ver con lo que eres.

Hacer siempre lo máximo que puedes tiene que ver con ponerle presencia a todo aquello que inicias o desarrollas y, desde tu propio reconocimiento, reconocer a los demás. Hacer lo máximo  es expresarte desde tu propia coherencia, la que une lo que eres, lo que piensas, lo que sientes, lo que dices y lo que haces. No actúas por complacer a otros o al juez que llevas dentro, lo haces, simplemente, porque quieres hacerlo. No buscas ni la recompensa ni el reconocimiento.

Esta manera de relacionarnos con los demás es mucho más sencilla que esa en la que nos creemos que debemos tener en cuenta lo que los demás opinen sobre lo que nosotros hacemos, pero estamos tan habituados a vivir poniendo el foco de atención en los otros en lugar de en nosotros mismos, que nos parece lo más normal del mundo el necesitar que los demás nos validen.

Al poner en práctica este cuarto y último Acuerdo, adquirir como hábito los tres anteriores te resulta mucho más sencillo. Eres consciente de que emplear mal tus palabras, tomarte las cosas personalmente y hacer suposiciones, lo único que hace es debilitarte en tu compromiso de formar cada día una versión mejorada de ti mismo. Cuando haces lo máximo que puedes, no te juzgas si te descubres incumpliendo alguno de los Acuerdos, porque, desde tu propia aceptación, todo aquello que puedes hacer, es lo que haces.

El libro de los Cuatro Acuerdos compara ese juez en el que nos convertimos a veces y la víctima que nos creemos ser dentro de nuestro sistema de creencias, con un parásito que invade la mente humana.

“El parásito sueña en nuestra mente y vive en nuestro cuerpo. Se alimenta de las emociones que surgen del miedo, y le encantan el drama y el sufrimiento”.

Así se define el modo de vida dentro del binomio víctima-verdugo. Somos el organismo que hospeda al parásito y no nos damos cuenta de que podemos ser nosotros mismos quienes decidan dejar de alimentarlo. En el momento que deje de nutrirse de todos esos miedos que nos impiden coger las riendas de nuestra vida, morirá de hambre.

Cuando decides dejar de alimentar al parásito, reconoces tus miedos y los aceptas como parte del Camino, pero también necesitas reconocerte a ti mismo como intérprete en ese papel del binomio hiriente y limitante. Eso os aseguro que es un proceso laborioso, lento y duro de abordar, te refleja imágenes de ti mismo que te gustaría eliminar y te ayuda a ser consciente de todas tus sombras. Desde esa posición en la que abordas tu parte más oscura, tienes una perspectiva maravillosa para reconocer también tu propia luz, y es en ella sobre la que decides apoyarte para iluminar tu Camino.

¿Os imagináis siendo capaces de vivir sin miedo a arriesgaros y a explorar vuestra vida?, yo muchas veces me veo dejando a un lado todas las creencias que ahora mismo permito que me limiten y me visualizo disfrutando de ser totalmente yo, libre de todo eso que ahora me parece tan necesario para moverme por la vida.

El compromiso que inicié hace un tiempo está basado en muchas de las reflexiones que comparto aquí con vosotros; me lleva a no conformarme con imaginarme explorando mi vida y me vincula al camino que me acerca a mi destino sin apegarme a la necesidad de alcanzarlo, porque saber que lo que hago es lo máximo que puedo hacer aquí y ahora, me permite sentir que aquello que hago, está en coherencia con lo que soy. Y desde esta nueva posición en la que interpreto la vida, os aseguro que todo lo que me rodea, tiene distinto color.

Si resumo lo que para mí enseña este libro, llego a esta frase…

«Conviértete en ese cambio que le pides al mundo y, desde ahí, muéstrate a los demás»

Un comentario Agrega el tuyo

  1. mario dice:

    En primer lugar. No creo que nadie haga algo sin esperar nada a cambio. Todo el mundo ( o casi todo),siempre hace algo porque recibe algo a cambio. Si ayudas a alguien, te sientes mejor contigo mismo, si eres buena madre o padre ( aunque pienses que es desinteresado, es interesado, el interés es el beneficio de tu hijo. Otra cosa es que la fuerza, la motivación y el sacrifico sean distintos con respecto a otras personas, pero no disminuiría su carácter interesado), te sientes buena madre o padre porque has hecho lo que tu familia, entorno y sociedad esperan de tí. Pero siempre te sientes bien porque recibes tu » premio».
    No creo en absoluto en la realización de un acto, sin esperar nada a cambio. Esa gratificación puede ser externa (gratitud, reconocimiento, popularidad ) o interna ( satisfacción personal, crecimiento personal).
    El mérito es hacer algo sin que la otra persona se entere. Me vienen a la memoria varias escenas de películas donde el «prota» ayuda a la » prota» y ella no lo sabe ( y ahi está la grandeza de su acto), pero al final la » prota » se entera, porque si no se entera, el » prota» no recibe su » premio».
    En segundo lugar. Hay gente que siempre intenta «ayudar» a los demás ( y sí, he puesto ayudar entre comillas). Y les presuponemos su buena fé y su generosidad. A veces es más fácil ayudar a los demás, nos implicamos lo que queremos y cuando no nos gusta nos podemos salir y además es más fácil, ya que las consecuencias, si son malas no las sufriremos y si son buenas , nos apuntaremos el tanto. Esta actitud enmascara nuestra incapacidad para enfrentarnos a nuestros problemas.
    En tercer lugar. Siempre buscamos el reconocimiento social y familiar y ello nos lleva a realizar acciones de las que esperamos un premio o recompensa que es la energía que necesitamos para dar sentido a nuestra vida y sentirnos satisfechos y «felices».
    Todo lo anteriormente escrito es, como dicen en Teruel » empezar la casa por el tejado»
    Lo primero es ayudarte a tí mismo, trabajar sobre tí mismo, conocerte a tí mismo, pero sin piedad, con autocrítica, llamando a las cosas por su nombre, identificando los defectos y las virtudes, con sinceridad. Reconociendo que eres un ser humano y como tal eres único y no tienes que valorarte en función de lo que demanda, valora y pondera la sociedad, tu familia tus amigos o tu pareja como lo bueno.
    A todos nos gustaría ser guapos, inteligentes, listos, ingeniosos, trabajadores, sin traumas, sin miedos, sin defectos. Pero somos humanos y tenemos cualidades y defectos y si nos logramos identificar y conocer, nos ayudaremos y nos premiaremos y no buscaremos en terceras personas lo que tenemos que buscar en nosotros.
    Y una vez conseguido todo esto, ayudaremos a los demás, en muchos casos solo con nuestra actitud y ejemplo, sin quererlo, totalmente ignorantes y anónimos.

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