Preparados, listos…

Arrancar suele ser lo más complicado.

Es por la mañana y hace un frío de los que hielan cualquier intención de actividad. Me apetece volverme a la cama y despertarme solo cuando el cuerpo me diga ¡basta, no puedes dormir más!, pero decido no hacerme caso y me calzo las zapatillas como cada mañana. Hay niebla fuera, y verla me parece una invitación a alargar el mágico momento de las tostadas y el cafetito. Lo hago, me dejo invitar. Mientras desayuno miro por la ventana. Intuyo las hojas de los jazmines del patio, pero no las consigo ver. La niebla hace su función y la oscuridad propia de la madrugada la ayuda a esconder, así que me conformo con saber que las hojas del jazmín también están aunque, en este momento, tan solo las intuya.

Hoy el día pinta intenso. Mucho por hacer, por estudiar y por organizar. Me canso si lo pienso, así que decido no volverlo a pensar. Dejo la taza y me meto en la ducha. Ya no vagueo más. Abro la mampara decidida a dejar que la pereza se vaya por el desagüe.

Una hora después salgo de casa. He debido de tomarme muy en serio lo de dejar de vaguear, porque este rato me ha cundido de verdad. Me encanta la sensación de irme de casa sabiendo que, cuando vuelva, todo estará colocado en su lugar.

El coche está blanco y me toca rascar el hielo de los cristales. Mientras se me congelan los dedos me acuerdo de cuántas veces he pensado que debería acordarme de arrancarlo un poquito antes de tener que marchar, pero oohh, qué raro!!, hoy también se me ha olvidado.  El tiempo corre que se las pela y ya ando apurada. Pongo la calefacción a máxima potencia, pero parece que el frío no se quiere ir. Yo sí que tengo que irme, así que meto primera y suelto el freno de mano. Arranca el día…

Es verdad que arrancar es lo que más cuesta, pero es el primer paso para iniciar el movimiento. Puedes intentar demorarlo con todo tipo de excusas. Las que tienen que ver con “no puedo”, con “es que es muy difícil” o con las de “ya lo he intentado muchas veces y sigo igual”, pero ten claro que todas ellas forman parte de la manera en la que tú te cuentas la historia, y eres tú quien decide darles el protagonismo suficiente como para quedarte parado en lugar de arrancar, así que es ahí mismo donde surge la oportunidad: quien tiene la capacidad de crearlas también tiene la posibilidad de modificarlas.

Hace poco leí algo sobre J.K. Rowling, la autora de Harry Potter. Ella llevaba toda su vida albergando en su cabeza la historia del niño mago. Dibujaba con su imaginación los monstruos a los que Harry se enfrentaba dándoles forma desde el miedo que sentía ante todos los problemas a los que ella se enfrentaba cada día. Saltaba de un trabajo temporal a otro y se ahogaba en la inseguridad económica que eso le conllevaba, pero llevaba años actuando igual.

Dicen que un día, mientras viajaba en tren, comenzó a escribir, a traducir en palabras lo que su cabeza creaba. Rowling siempre había querido hacerlo, pero hasta ese momento no había sabido creer en ella lo suficiente como para llevarlo a cabo.

El sufrimiento en el que vivía desde hacía años fue lo que la hizo arrancar aquel día en aquel tren y darse la oportunidad de comenzar a avanzar por el que siempre intuyó que era su camino. Con esas primeras líneas arrancó también el Compromiso de permitirse Vivir en la Posibilidad en lugar de en el miedo y en ese Compromiso se apoyó también para continuar creyendo en sí misma mientras las primeras 12 editoriales le denegaban la solicitud de publicarlo. El que los demás “no viesen la posibilidad”, no consiguió que ella dejase de verla. La determinación y el Compromiso que Rowling adquirió aquel día en el tren se convirtieron en el arranque necesario para que sus palabras hayan sido traducidas a más de 70 idiomas.

La posibilidad que tuvo Rowling de convertir en un éxito su idea siempre estuvo ahí, pero esperó agazapada entre las dudas y los miedos de su autora hasta que ésta se permitió creer en ella.

La historia de Joanne puede resultar apabullante por la dimensión y el reconocimiento que ha llegado a alcanzar, pero hay muchas personas que hacen gala cada día del mismo tipo de Valentía: la de dejar a un lado las dudas y acercarse a la posibilidad.

En esto de “permitirnos comenzar a creer en nuestra capacidad” tienen mucho que decir las emociones con las que decidamos alimentar a nuestro motor de arranque, así que es muy importante concederse un tiempo para desgranarlas y ver de qué se componen. Si pretendemos que nuestro motor arranque alimentándolo, únicamente, a base del miedo que nos da avanzar, cualquier pequeña duda será suficiente motivo para dejar de funcionar, pero si lo abastecemos también de la Confianza y el Compromiso suficientes, conseguirá sobreponerse al miedo y continuar.

Yo soy de las que cree que el miedo siempre va a estar. Puede hacerlo en mayor o menor medida, pero nunca se va de verdad, así que creo que lo mejor que puedo hacer es darle la bienvenida y abrirme a aprender de lo mucho de mí que tiene para mostrarme.

Todos fantaseamos con una imagen de nosotros mismos “ideal” en la que nos vemos alcanzando nuestros objetivos y disfrutando de ellos. Siendo felices y comiendo perdices. Con nuestra idoneidad jugamos a sentirnos capaces de vencer nuestros miedos y lidiar con las circunstancias saliendo airosos de cada una de las batallas, pero pocas veces llegamos a asumirla como una realidad.

Estas palabras son una invitación a que te permitas hacerlo, a que te Comprometas a Vivir desde la Posibilidad en lugar de hacerlo desde el “no soy capaz”. Si no lo haces, conseguirás que el miedo crezca y eso te hará creer que eres pequeño, cuando no es verdad.

No esperes a que llegue el momento ideal. No necesitas hacerlo. La Vida no entiende sobre que tú estés preparado o listo para Arrancar. Ella lo único que sabe es que está dispuesta para que lo hagas YA.

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