Lo siento

Esto no es como esperaba, lo siento. Sabía que me encontraría obstáculos, que tendría que luchar por superarlos, pero son demasiados para mí. No puedo seguir avanzando. Estoy agotada. Sé que he vuelto a fallarme a mí y a otros que creyeron que esta vez lo conseguiría, pero pongo punto y final a un nuevo intento de llegar a meta. Obviamente es inalcanzable. Nueva derrota en el marcador. Tiro la toalla.

Lo que acabas de leer es una opción entre miles de ellas de contarnos a nosotros mismos un fracaso. Hasta ahí no tiene mayor relevancia, pero te pido que la releas e intentes recordar si en algún momento de tu vida te has contado tu propia historia de una forma parecida.

Somos muchos los que sí que nos reconocemos en ella. Unos quizá se sigan sintiendo identificados hoy en día y habrá otros a los que les sonará, pero que añadirían matices. Yo soy de las que cambiaría algunas palabras.

Está claro que, hoy por hoy, sigo sin alcanzar algunos de los objetivos que me propongo. Muchos de ellos llegan, sí, pero los hay que lo hacen tras una dificultad intensa que no imaginaba cuando me los planteé. Soy de las que supera los obstáculos despeinándose mucho y también soy de las que llegan a blasfemar en hebreo cuando se me hace demasiado largo el recorrido.

Eso que acabo de escribir tiene mucho en común con la historia de siempre, pero hoy soy capaz de colocarle matices que hace un tiempo no veía y que la convierten en algo totalmente distinto para mí. La diferencia principal surgió a raíz de comenzar a diferenciar entre no poder y no saber. A primera vista puede parecer una diferencia muy pequeña, casi nimia, pero al ser consciente de ella, aprendí a posponer el punto y final hasta el momento en el que realmente se acabe la historia. Ya no tiro la toalla, la doblo y la guardo con mimo para cuando aparezca una nueva ocasión de utilizarla.

Creo que la vida está llena de oportunidades para ser vivida. Muchas de ellas nos pasan por delante sin darnos cuenta, otras las vemos, sí, pero nos parecen tan difíciles que las dejamos pasar por inalcanzables; también las hay que nos mueven lo suficiente como para que levantemos el culo de la silla y vayamos a por ellas, o las que llegan para disfrutarlas sin un esfuerzo aparente.

Todas ellas forman parte de nuestra vida aunque no todas las vivamos de la misma manera. En la entrada de hoy le vamos a hacer un huequecín a la tercera de ellas: la de ir a por lo que queremos conseguir.

Cuando iniciamos un nuevo reto, lo hacemos porque hay algo dentro de nosotros que nos mueve a acercarnos a él. Es como si nuestro interior estuviese llamando a la puerta para abrirse camino. Hay veces que no somos capaces de identificar con exactitud de dónde viene el sonido, pero hay otras en las que sabemos localizar perfectamente el lugar del que procede. No importa que no sepas situarlo, ser consciente de que lo oyes ya es suficiente para generar  la búsqueda de nuevas sendas.

Una vez que eres consciente de tu necesidad de cambio y decides aceptarla dando un pasito al frente, llega el momento de analizar las opciones y recursos. Es ahí, en la interpretación que haces de tus circunstancias, donde se abre un campo infinito de posibilidades.

“Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”

Ortega y Gasset

Por mucho que intentemos escudarnos tras las circunstancias que nos rodean para usarlas como justificantes de nuestra elección, siempre vamos a ser nosotros los que validemos los pensamientos que generamos.

No es fácil asumir la responsabilidad que tenemos sobre lo que elegimos, no estamos muy acostumbrados a hacerlo, pero sé que podemos llegar a aceptarlo sin culpa, así que te invito a que vivas la toma de decisiones desde una perspectiva abierta a ser consciente de cómo gestionas tus pensamientos.

Cuando un nuevo reto llega a nuestra vida, lo primero que hacemos es evaluar lo que tenemos delante: hay veces en las que nos parece tan grande que lo desestimamos nada más verlo, pero hay otras en las que, a pesar de su tamaño, conseguimos enfocarlo como “accesible”. En esta primera parte del proceso que nos lleva a decidir entre varias opciones, entran a jugar muchas partes de nosotros: nuestras creencias, los límites que creemos tener, la necesidad de llegar a la meta… Es un momento en el que nos movemos entre un batiburrillo mental que tratamos de poner en orden. Lo consultamos con la almohada y con nuestra gente cercana, le damos mil millones de vueltas y, tras un análisis exhaustivo y agotador, nos parece haber decidido cuál es el siguiente paso a dar, pero, de repente, y sin saber muy bien ni cómo ni por qué, nos descubrimos dándole vueltas de nuevo. Puede parecer ilógico, pero así funcionamos a veces.

Hay veces en las que tengo la suerte de descubrirme en ese caos, y me resulta desconcertante y divertido al mismo tiempo. Es una bipolaridad emocional muy interesante, porque a la vez que veo el jaleo mental al que me lleva analizar tanto las cosas, soy capaz de verme como una mera administradora de los recursos que tengo disponibles, y esa forma de verme me muestra un lugar de mí que siempre está en silencio, independientemente de todo el ruido que estén haciendo mis pensamientos.

 Viviendo desde la perspectiva del silencio soy capaz de apreciar el matiz del que te hablaba antes… lo que diferencia el no poder y el no saber.

Cuando no sé hacer algo, no soy capaz de llevarlo a cabo. Puede sonar casi a sinónimo de no poder, pero para mí no lo es. Si no sé hacer algo ahora, no implica que no sepa en un futuro. Si digo no puedo, siento que le estoy cerrando la puerta a la posibilidad de despertar habilidades dormidas. En cambio, cuando acepto un nuevo reto siendo consciente de que no sé cómo conseguirlo, acepto las limitaciones que creo tener en ese momento con la honestidad de redescubrir partes de mí que me acerquen al objetivo.

Desde “la perspectiva del no sé”, me sitúo en ese silencio del que te hablaba antes, ahí se abre la puerta a la parte más interna de mí, esa que llevaba tiempo pidiendo paso y que siempre respetó mis tiempos. Allí es donde se produce el encuentro con el silencio que se esconde tras el ruido. Es ahí donde descubro que todo lo que llego a interpretar de lo que me rodea tan solo depende de mí, que mis circunstancias no tienen ningún poder sobre mis emociones, que si creo que son ellas quienes controlan y manejan mi vida es porque soy yo quien las autoriza para hacerlo. Que mi verdad es tan mentira como la de cualquier otro.

No digo que no pensemos, evaluemos y analicemos los caminos que queremos emprender, al revés, me parece importante que lo hagamos, pero sí que me parece interesante que nos paremos a identificar lo que se esconde dentro de nosotros, esa parte interna. Puede que esté medio dormida por falta de uso, pero que es la que despierta el Compromiso por avanzar ante una nueva ruta con la honestidad de quien no sabe cómo va a hacerlo.

Eres un ser pensante, disfruta de ello. Busca esa parte de ti que sabes capaz de gestionar el ruido desde el silencio. No le cierres la puerta a lo que eres por miedo a perder la referencia de quien crees ser. Da lo mejor de ti. Vive con la conciencia de saberte organizador de recursos y emociones. Utiliza tus metas como un simple gps y disfruta del camino que te acerque a ellas. No crees expectativas sobre lo que llegarás a alcanzar. Vive desde la plenitud de quien se compromete con su propio camino. Asume todo lo que no sabes. Nunca creas que no puedes.Usa correctamente los signos de puntuación… el punto y final solo cuando acabe tu historia.

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