Cuestión de fe

La fe en uno mismo es un ejercicio de voluntad.

El tipo de fe al que hace referencia esta frase no es otra que la capacidad de sentirnos válidos para alcanzar un objetivo que, en el momento que lo estamos pensando, no está disponible para nosotros. De esa habilidad para creer en nuestras posibilidades más allá de nuestros límites, nacerán otras fortalezas que nos facilitarán el llegar a meta, pero todas ellas surgirán de una fuente común… la fe.

Infinidad de veces actuamos desde la confianza en nuestros recursos personales de una forma casi inconsciente: podemos cambiar de trabajo, iniciar una relación, tener hijos, embarcarnos en algún viaje mochilero, elegir estudios… Podríamos utilizar mil ejemplos de nuestro día a día en los que ya hemos demostrado tener fe.

Cuando decidimos iniciar una nueva etapa, nadie nos asegura que lo que vamos a comenzar llegará a buen puerto mientras somos felices y comemos perdices, pero, aun desconociendo lo que nos encontraremos por el camino, decidimos iniciarlo. En esos momentos solemos dejarle a nuestros temores un espacio en el que cohabitar con nosotros, sí,  pero chiquitito, porque decidimos fortalecernos y apoyarnos en ilusiones, en el deseo que nos empuja a intentarlo y, por qué no decirlo, en tratar de creer en nosotros y en nuestro proyecto más allá de todas las dudas que se nos plantean. En esos momentos, tenemos fe. Y la fe muele el miedo, lo hace más ligero.

Muchas veces me viene a la cabeza la primera clase práctica que di para sacarme el carnet de conducir. Fueron 45 minutos desplazando el coche unos 200 metros hacia adelante y hacia atrás. Apasionante. La sensación con la que llegué ese día a casa fue la de haber estado haciendo el canelo. Todas las veces que me había imaginado mi primera práctica en la autoescuela me veía ágil y poco temerosa, y eso era justo lo contrario de lo que había experimentado. Tenía la sensación de que era poco menos que imposible fijarme en todas las cosas que decía el profesor y a la vez mantener el coche en movimiento. Ese día me entraron muchas ganas de convalidar la primera clase con la última, pero tuve la suerte de acordarme de una frase de esas que sabes que funcionan y la puse en práctica: “joe, si XXXXX se lo ha sacado… ¡fijo que yo también puedo!” Después fui sustituyendo las equis por todos los nombres de conductores torpones que se me venían a la cabeza y convertí esa utilizadísima frase-salvainseguridades en una herramienta potente para convencer a mi mente novata de que podía superar la torpeza de un primer día desmoralizante. Ya ves, gracias a algo tan simplón como una frase que tenía a mano, logré auto-convencerme para dar lo mejor de mí y conseguir el carnet.

En otras ocasiones, ni copiando he conseguido fingir mi fe.

Es verdad que la confianza en uno mismo muchas veces no surge de forma natural. Necesitamos que otros nos regalen los oídos convenciéndonos de lo que valemos y tratamos de que sean ellos quienes nos empoderen. También buscamos copiar ideas o referencias e incluso hay veces que decidimos simular la fe por miedo a que otros se den cuenta de que no contamos con ella, pero, ¿cuántas veces le pedimos a los demás que confíen en nosotros sin hacerlo nosotros mismos?

Es curioso ver con qué facilidad somos capaces de vivir en el papel de “voy a hacer como que sí, aun sabiendo que es que no” antes que reconocer que no creemos en nosotros y trabajar para descubrir qué es lo que nos lleva a vernos así.

Hace unos días hablaba con una persona que me decía que quería cambiar, que no se sentía bien con el resultado que le daban sus días, que le gustaría sentirse tranquilo e ilusionado en lugar de estresado y cansado. Me contaba que él y su familia estaban bien, que tenían todo organizado y bajo control, no tenían problemas, pero que había algo que le hacía no disfrutar de todo lo que, con mucho esfuerzo, iba consiguiendo. Fue muy curioso oír cómo argumentaba su disertación sobre lo que le llevaba a no cambiar su actitud: “Para poder ver si decido cambiar necesito datos objetivos, científicos, no ideas opinables que dependan de enfoques raros, místicos o morales. Quiero que alguien me diga: “si haces esto: obtienes aquello”. Ya está, es muy sencillo, y como yo ya me sé todo el rollo ese de que el cambio solo lo puedo llevar adelante yo mismo y que nadie más lo puede hacer por mí, pues cuando tenga acceso a todos esos datos, pues ya elijo si cambio o no. Todo lo demás es “buenrollismo””

Desde un punto de vista pragmático y ansioso por obtener resultados inmediatos a muy bajo coste, la de esta persona es una opción muy entendible e incluso deseable, pero altamente ineficiente. Es muy sencillo pretender que alguien de fuera te sirva en bandeja de plata todas las soluciones disponibles para que tu trabajo tan solo consista en hacer uso de “tu libertad” para elegir cualquiera de ellas, pero la realidad es que el cambio no va de eso. Nadie va a llegar a decirte qué es lo que tienes que hacer, así que, si quieres ahorrar energía: deja de intentarlo. Cuando te preguntes qué cambios debes hacer en tu vida para sentirte bien, mírate en un espejo. Allí encontrarás la respuesta.

Es verdad que el camino se endulza cuando nos sentimos guiados, orientados, acompañados o motivados para dar pasos al frente gracias a las personas que nos rodean o al entorno en el que nos desenvolvemos, pero ten claro que nada de fuera va a ser capaz de dar respuesta a lo de dentro.

Antes de elegir el menú que quieres comer, debes saber de qué tienes hambre.

Hay momentos en los que no tenemos nada claro qué es lo que nos produce esa revoltura que tanto nos molesta, y entonces nos sentimos incapaces de  poner límites a las conductas aunque suframos por ellas. Entramos en modo resignación cuando aquello que nos rodea nos produce un hastío propio del peor de los guiones peliculeros. Nos quejamos, nos re-quejamos y nos volvemos a quejar. La queja siempre vale, es lo que hace todo el mundo, y no vamos a ser menos, así que toca reclamar el derecho a pataleta, blasfemar todo lo que sepamos y cuando se nos haya pasado el cabreo, recortamos nuestra forma para encajarnos de nuevo en esa en la que sabemos que no cabemos, ya que, si nos quedamos fuera tratando de cambiar algo… lo mismo nos da frío.

Abrirle la puerta a descubrir qué es lo que nos pide el cuerpo es algo apasionante, pasamos por mil etapas distintas, y en todas y cada una de ellas tenemos el mismo compañero de camino: el miedo. Él es de esos personajes que actúan de forma sibilina, muchas veces hace tan poquito ruido que llegas a pensar que se apartó de tu lado, pero tiene una agilidad brutal para brotar como de la nada y volverse muy, pero que muy ruidoso.

Aceptar a nuestro compañero infatigable conlleva poner nuestro foco de atención sobre nosotros mismos y eso nos obliga a dejar de alumbrar con la intensidad a la que estamos acostumbrados todo lo que nos rodea. Mirarse el ombligo te lleva a buscar en ti en lugar de rebuscar en el otro y no siempre estamos dispuestos a reconocer que la mayoría de nuestras renuncias tienen más que ver con los límites que nos autoimponemos que con cuestiones ajenas a nosotros mismos.

Sin embargo, cuando decidimos creernos capaces de superar nuestros miedos nos empoderamos, conseguimos acceder a recursos que pensábamos no tener y le hacemos hueco a la fe en nosotros mismos. Tampoco vayas a creer que si lo consigues eres superman, ya que, al igual que tú, todos y cada uno de los que te rodean son capaces de superar el miedo, tan solo es cuestión de reconocerle, aceptarle y comenzar a avanzar a sabiendas de que tratará de entorpecer el camino.

Dicen que la fe mueve montañas, pero yo creo que va mucho más allá. Ser capaz de visionarte dándole la mano al miedo te hace consciente y la consciencia te regala separarte de tus creencias por muy arraigadas que estén. Te abre la puerta a plantearte la vida desde una perspectiva ilusionante basada en superar tus límites para alcanzar esas partes de ti que aún no has llegado a explorar, a buscar la claridad escondida en la penumbra y a ser capaz de estar dispuesto a redescubrirte, ya que, tal y como decía Mandela, “el ser humano no tiene miedo de su oscuridad, tiene miedo de su luz”.

Concédete la oportunidad de descubrir todo lo que eres y, desde ese lugar, muestra tu luz al mundo.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Raquel dice:

    Gracias Gema, como cada domingo tu entrada me hizo reflexionar, en ocasiones siento que he llegado al final de un camino, tramo, proyecto etc, que es el momento de decir adiós, de abordar un cambio, ¿pero a donde?, ese momento de frontera me produce una gran inquietud, no siempre me es sencillo encontrar un objetivo, reto, ilusión, que me ponga en movimiento, entiendo es una etapa anterior al cambio, es posible eso que algunos llaman el transitar por el desierto, que cuando es muy duradero me produce desgaste.

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  2. Silvia dice:

    Gema, ahora todos los domingos me levanto por la mañana y pienso en tu blog, es como cuando eres pequeño y tu padre te pedía ir al kiosko a comprar el periódico y tú ibas todo ilusionado, esto es igual, levantarte y leerte, la ilusión y lo maravilloso que resulta hacerlo mientras desayunas.
    Gracias por compartir tu visión de la vida, se transmite en tus post una bondad maravillosa.

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