Viajar me parece uno de los grandes placeres y Aprendizajes que tiene esto de Vivir. No creo que sea necesario hacer largas travesías para encontrar lugares maravillosos que te dejen sin palabras. Muchas veces tienes prácticamente al lado un sitio en el que perderte para Encontrarte, un espacio en el que fundirte, o un rincón en el que quedarte embelesado por el simple hecho de poder contemplarlo.
Pero viajar no solo Regala paisajes, cultura o gastronomía. Viajar también nos Regala personas, ejemplos de Vida y hoy me apetece escribir sobre eso, sobre la mágica fusión entre entornos y personas. Empezamos…
“El infierno cántabro”, así denominan al evento deportivo que me llevó hasta Santander hace un par de semanas. Se celebra cada año y su nombre viene dado del esfuerzo y el desgaste que supone para quienes lo llevan a cabo. Según sean las preferencias de cada aventurero, eliges cómo hacerlo… corriendo, a pie, en bici, o una mezcla a la que le añades diez kilómetros a nado.
Yo no realicé ninguna de ellas. A día de hoy no me siento preparada para meterme un tute semejante. Pero vete tú a saber lo que me traerá la Vida. ¿Cómo es el dicho ese de “Nunca digas de esta agua no beberé y este cura no es mi padre”? Pues eso…
El caso es que me planté en El Soplao (Santander) para pasar un fin de semana express en formato “apoyo logístico” a unos cuantos «artistas deportivos» (mi maridín y dos colegas igual de taradetes que él que se animaron a hacerlo en bici). Apoyarles era la idea inicial, pero me fui de allí con mucho más que la bonita sensación de serle útil a alguien. Me fui con una enorme colección de Momentos que se quedarán siempre conmigo.
El camino de los aventureros recorría parajes alucinantes, llenos de Vida. La naturaleza en esa zona de España parece explotar por los rincones. Realmente recomendable darse una vueltecita por allí.
El primer punto de encuentro lo pusimos en Ruente, un pueblecín precioso del Valle de Cabuérniga. Llegué allí bastante antes de que ellos pasasen por ese punto, así que tuve tiempo de disfrutar del ambientazo que había…
Casi toda la gente que me encontré estaba allí en un formato parecido al mío: apoyo logístico, moral, no sé, llámalo como quieras. Me llamó mucho la atención que había familias enteras, grupos de gente que se habían desplazado desde todos los rincones de España para apoyar a familiares, amigos… o incluso a desconocidos. Sí, a los desconocidos también, porque lo que se genera en ese lugar es un “todos a una”. Un “si me necesitas, aquí estoy”.
Mientras esperaba a que pasase mi grupito de taradetes, disfruté de lo lindo. Había corredores que pasaban por el pueblo con una sonrisa de oreja a oreja, le daban a una especie de bocina que llevaban en la bici y se oía una musiquilla parecida a la de los coches de choque de las ferias. Increíblemente surrealista a la vez que divertido. Mientras lo escribo, se me escapa la sonrisa.
Muchas de las personas del pueblo de Ruente viven la carrera a tope aunque no participen en ella. Nada más llegar, vi una casa con un portalón grande, fuera había un montón de personas sentadas en sillas de plástico, y se protegían del sol con las sombrillas publicitarias típicas de los bares. Tenía ganas de tomarme algo, así que me acerqué y, cuando vieron mis intenciones, me dijeron “No es un bar, es que somos muchos en la familia”. Jo, me encantó, tenían un ambientazo estupendo, se les veía encantados. “Gracias. Disfrutadlo” eso fue lo único que me salió.
Poco después, me situé en el sitio donde pensaba esperar a los intrépidos. Justo detrás de mí podía escuchar la voz de unos niños jugando con cacharretes de cocina. Me parecía súper divertido oír sus comentarios sobre lo que hacían y lo riquísimo que estaría. Sus padres estaban por allí también, y me apeteció pedirles permiso para compartir aquella imagen que me traía a la memoria momentos mágicos de infancia. Esto era lo que hacían…
Justo enfrente podía ver una imagen dulce no, lo siguiente. Un grupito de gente esperaba a que “sus chicos” pasasen por allí. Me daba la sensación de que eran unas cuantas parejas de amigos con niños pequeñines que habían decidido aunarse en eso de llevar adelante un gran reto.
Los peques de la familia se habían currado una divertidísima pancarta dando lo mejor de sí. Tenías que ver cómo saltaban cuando pasaban por delante los ciclistas, cómo les animaban, y la sonrisa que se les ponía a quienes les veían vitorear y brincar con la ilusión por bandera. Me encantó verles.
Ruente me dejó muy buen sabor de boca, y no fue solo por lo bonito que es, fue más bien por un cúmulo de cosas: demostraciones de valentía en cada uno de los corredores, sonrisas… Momentos en definitiva.
La siguiente parada la hicimos en Correpoco (el nombre tiene su gracia cuando ves cómo pasan los corredores). Allí decidimos comer en una terracita para verles pasar.
De esa terracita me quedo con varias cosas: la compañía (un amigo del grupito de los taradetes que se lesionó y no le quedó otra que retirarse), lo deliciosa que estaba la comida, y una imagen: la de un señor bien entradito en años – y en carnes – que, al ver el bar, se bajó de la bici (sonriendo), se tomó un doble de cerveza sin pestañear, se subió de nuevo a la bici, y siguió pedaleando. Casi ná…
Para mí, la carrera se acabó a las once y veinte de la noche, cuando mi maridín, mi cuñado, y otros amigos llegaron a meta. Habían salido en diferentes momentos, pero se encontraron por el camino y decidieron acabar juntos el reto. Llevaban más de quince horas dándole al pedal por los montes cántabros… y sonreían!!! Estaban sumando una gran Experiencia a sus Vidas. En El Soplao se pusieron a prueba no solo a nivel físico, sino también en el emocional, no sucumbieron al cansancio y consiguieron terminarla entera. Chicos… ¡¡¡Enhorabuena!!!
Al día siguiente tocaba vuelta a los madriles, pero decidimos que antes nos daríamos un paseíto por Santillana del Mar. El pueblo me pareció único, con un encanto propio de la piedra que da forma a sus casas, masías e iglesias. Muy, muy, bonito. Y recomendable.
Me encantó el pueblo, pero aún más me gustaron sus gentes… los encargados de dotar al pueblo de Vida…
Serafín es Ceramista y, aunque estudió Magisterio, lleva cuarenta años dedicándose a Vivir su sueño. El sueño de Crear a través de sus manos y de un profundo ingenio.
En su tienda-taller nos llamó la atención una figura redonda, perfecta, que tenía un tirador en la parte de arriba. Al tirar de él, descubrías que eran dos partes en lugar de una, lo que convertía la esfera en una caja secreta. Cerrada era imposible apreciar el corte que la separaba, de ahí su magia. Estuvimos elucubrando sobre cómo era posible una perfección semejante y llegamos a la conclusión de que el corte debían hacerlo con láser (valiente ignorancia)
Estuvimos un ratito en la tienda de Serafín, y, cuantas más cosas veíamos, más nos gustaba. Al fondo del establecimiento me percaté de que tenía un pequeño taller con un horno, y decidí preguntarle si todo lo que tenía expuesto lo creaba allí. En ese momento comenzamos a entender muchas cosas. Aquel ceramista ilusionado fue muy generoso con nosotros y nos contó mucho del trabajo que se esconde tras sus obras. Y, entre otras cosas, llegamos a saber cómo, después de veinte años de trabajo, llegó a crear, con sus propias manos y un cincel, la técnica necesaria para convertir una esfera perfecta en una caja mágica. Vaya Regalo nos hizo Serafín. Desde aquí… GRACIAS!!!
Continuamos camino y llegamos a la tienda de Conchita. Según vi la fachada del edificio me quedé perpleja. Aquello parecía un vergel, era impresionante. En la puerta de acceso tenía colocada una planta que no había visto nunca y decidí entrar y preguntar si me podía llevar algún esqueje. “Un momento, que se lo pregunto a mi madre, que es quien se encarga de las plantas” y ese fue el inicio de un gratísimo recuerdo.
La tienda la lleva una familia que me pareció encantadora. Comenzamos hablando de plantas y terminaron invitándonos a ver la preciosa selva que cuidan con mimo detrás de la tienda. Al cruzar a la parte de atrás, pasamos por una cocina que también les sirve de almacén y me encantó porque mostraba una dulzura típica de un hogar de toda la vida. Me recordaba a la casa de mis Yayos, a mi pueblo. Allí estuvimos charlando un rato sobre plantas y sobre Vida, sobre lo importante que es dedicarle tiempo a lo que te gusta y disfrutarlo. Me encantó conocer a esta familia, nos Regalaron un precioso ejemplo. Desde aquí… GRACIAS de nuevo!!!
Este es el resumen de un fin de semana en el que acompañar a un grupo de valientes me regaló grandes momentos. Es curioso que se le denomine «El infierno cántabro», yo lo viví como un bonito paseo por las nubes, como una forma de comprobar que en la tierra también se palpa el cielo.
Y tengo la sensación de que la Vida va de eso, de palparla, de permitirnos conectar con Ella a través de gentes y lugares, de Experimentarla, de Descubrirnos y permitirnos RedescubrirLa. De ponernos a prueba, de dejar de creer que no podemos.
La Historia de nuestra Vida es la suma de sus Momentos.